Capítulo II

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El sol de la mañana se filtraba tímidamente a través de las pesadas cortinas de la habitación de Helaena, dibujando patrones dorados en el suelo de piedra. Ella se encontraba sentada en su cama, abrazada a sus rodillas; su mirada perdida en el vacío demostraba cansancio.

Desde su regreso, ninguna noche había podido descansar; sus sueños seguían siendo un caos de recuerdos y pesadillas, imágenes borrosas de un futuro que solo ella conocía. Aunque trataba de hacer sus actividades diarias, los recuerdos de sus hijos en los cuartos, pasillos o salones en los que se encontraba no se borraban de su mente.

El lugar donde estuviera siempre estaba en silencio, pero en su mente, el caos reinaba.

Se levantó lentamente de la cama, sintiendo el frío del suelo bajo sus pies descalzos, y caminó hacia la ventana. Desde aquella posición, podía observar los jardines del castillo y el patio de armas donde los soldados entrenaban. Cada detalle del paisaje era una constante avalancha de recuerdos y emociones entrelazadas, un torbellino de nostalgia y desasosiego que siempre le dejaba un vacío profundo en el pecho y del que no podía huir. Aquellas brisas de la mañana, como los ruidos alegres y tranquilos, eran un recordatorio constante de su desconexión con lo que la rodeaba.

Una leve llamada en la puerta rompió aquella concentración que había hecho en el paisaje y la hizo sobresaltarse.

—Princesa, traigo su desayuno —anunció Maris desde el otro lado.

—Déjalo en la mesa —respondió Helaena sin moverse de su posición. No tenía hambre, pero sabía que necesitaba mantener sus fuerzas.

Maris entró y dejó una bandeja con alimentos en la mesa. Al acomodarla, su mirada se dirigió hacia Helaena; podía sentir que algo le ocurría. Nunca la había visto tan distante y cercana a la vez. No podía reconocer a la Helaena que tenía enfrente suyo.

—He notado que no has comido mucho últimamente —dijo caminando hasta donde ella estaba—. ¿Estás bien?

Helaena esbozó una sonrisa débil.

—Estoy bien, Maris, es solo...

Las palabras no le salían. Sabía que tampoco podía hablar libremente con Maris, no podía hablar con nadie, de hecho. Tenía que conseguir aliados, ¿pero a quién?, nadie de su familia la apoyaría sin pensar que se había vuelto loca y que solo buscaba la perdición de ellos; desde que había vuelto, los días le habían hecho recordar lo poco que era para ellos y como era una pequeña ficha en espera de su movimiento.

—Necesito un poco de tiempo para mí misma —terminó diciendo.

Maris asintió, aunque su expresión mostraba que no estaba convencida.

—Quería comentar —dijo en un susurro— que tu madre me ha preguntado por ti.

Helaena se sorprendió ante aquello; había perdido la cuenta de los días, o probablemente ya semanas, que llevaba evitando a toda su familia en reuniones, paseos y banquetes que su madre organizaba. Pasaba la mayor parte del tiempo en su habitación, sumida en sus pensamientos y planeando cómo impedir su casamiento con Aegon y con ello evitar la guerra que su misma familia iniciaría en el futuro.

—Apenas sales de tu habitación y eso ha llamado la atención de la reina, para decir verdad de casi todo el palacio en realidad —continuó hablando—. Y para ser sincera, también yo estoy preocupada.

Helaena suspiró, mirando a Maris con ojos cansados.

—Dudo que esté preocupada por mí; le preocupa lo que digan los demás de mí y con ello que hablen mal de ella.

Maris tomó suavemente las manos de Helaena, tratando de transmitirle consuelo.

—Sé que las cosas no han sido fáciles desde que la reina te prepara para casarte y que te sientes sola en esto —su voz se quebró un poco—. Pero quiero que sepas que, a pesar de todo, estoy aquí para ti.

The last hopeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora