Capítulo XI

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—¿Qué haces? —exclamó el joven, tirando bruscamente del brazo de Helaena. Su tono estaba cargado de sorpresa y preocupación, como si no entendiera del todo lo que estaba ocurriendo y temiera por la seguridad de aquella extraña chica.

Helaena entrecerró los ojos, tratando de enfocar la figura de quien parecia ser un chico quien le hablaba. El sol, que había emergido inesperadamente entre las nubes, la cegaba con intensidad, obligándola a levantar una mano para protegerse de la luz deslumbrante. Intentó ajustar su vista, pero todo a su alrededor parecía borroso, como si el mundo estuviera cubierto por una niebla invisible. La figura de aquella persona frente a ella no era más que una silueta difusa, un contorno impreciso que apenas podía distinguir.

—Yo sólo... —comenzó a decir, su voz era vacilante, como si las palabras se le escaparan sin control alguno.

De repente, una ola la golpeó con una fuerza inesperada, haciéndola perder el equilibrio. El agua, fría y arrasadora, la arrastró con la misma facilidad que una hoja al viento. Apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de ser empujada con violencia hacia el cuerpo de aquel joven. El impacto fue tan sorpresivo que no pudo evitar gritar, aunque el sonido se perdió en el rugido del mar. Ambos cayeron, envueltos en un torbellino de espuma y sal.

Fue en ese momento cuando sintió el brazo del joven rodearla con urgencia, abrazándola sin pensarlo, como si fuera algo natural.

Helaena se sentia un poco mareada por el sabor a sal en su boca que se habia colado en sus labios, podia escuchar el mar a sus costados y en como el sonido de las olas amenzaba en hacerlos parte de el. Cuando finalmente logró tener su mente despejada por los sonidos y aquel golpe inesperado, se dio cuenta de que el joven no la había soltado aún. Su brazo seguía alrededor de su torso, como si su cuerpo actuara por sí mismo, buscando desesperadamente aferrarse a ella. Lo extraño, sin embargo, fue la sensación de que ahora el abrazo ya no era solo un intento de salvarla, sino algo más. Algo más cercano. El contacto, la presión de su cuerpo contra el suyo, le hacia sentir extraña.

El calor de su pecho, a pesar de la fría marea que los rodeaba, parecía colarse en su piel empapada, como una contradicción extraña, un fuego en medio de la tormenta. Helaena sentía que su corazón latía con fuerza desmedida, como si intentara escapar de su pecho. No entendia si aquello era por el miedo que aún la consumía o por la cercanía de aquel joven que la sostenía con tal fuerza.  Podía sentir el calor en sus mejillas emerger, y también la vergüenza, esa sensación amarga que nacía de lo más profundo de su ser, y que se desbordaba en su interior. La cercanía, la intimidad sin palabras, la presión de los cuerpos pegados... Todo ello la dejaba expuesta, vulnerable de una manera que nunca antes había experimentado.

El agua salada continuaba golpeándolos, pero su mente estaba ocupada solo por esa proximidad que la hacía sentir desnuda, como si todo su ser estuviera a la vista, sin  protección alguna.

—Ya... ya puedes soltarme... —dijo Helaena, con la voz temblorosa, el sonido apenas era audible por el retumbar de las olas. La ansiedad la invadía como una marea imparable, su cuerpo estaba rígido, intentando hacer frente a la proximidad incómoda.

A pesar de su ligero tono de voz, el joven la escuchó claramente, y su reacción fue inmediata. La presión de sus manos desapareció de su cuerpo en un instante, como si la cercanía hubiera tomado forma tangible en su mente, un lazo invisible que los unía con fuerza. Ambos retrocedieron, torpes, como si el mismo aire se hubiera espesado a su alrededor, cargado de una tensión que era imposible ignorar. Aún podían sentir el agua empapando sus ropas, pegándose a la piel como un recordatorio de la cercanía que habian compartido. Sin embargo, el aire entre ellos se había vuelto más denso, más pesado, como si el mundo se hubiera detenido por un breve instante por aquel contacto.

The last hopeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora