Capítulo IV

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Cuando uno decide quitarse la vida, pensaría que se encontraría con los prados verdes de los dioses, donde te reunirías con tus seres amados y pasarías el resto de la eternidad. Lamentablemente, Helaena no había llegado a ese maravilloso lugar que leía en los libros. De hecho, se sentía robada al no estar en aquellos parajes donde la brisa del aire te quita cualquier pecado cometido. En cambio, se encontraba viendo cómo salían los primeros rayos del sol para anunciar el amanecer. Había pasado otra noche sin dormir y ahora todo era culpa de su padre, quien se había enterado del embarazo de Rhaenyra y la había anunciado como su mejor noticia.

Su estómago seguía revuelto por aquello; no solo no entendía cómo sabía esa información, sino que no podía soportar la idea de que Daemon, el futuro asesino de su hijo, recibiría una nueva vida mientras ella llevaba el peso de su trágico conocimiento del futuro.

Helaena se abrazó a sí misma mientras observaba el horizonte teñirse de colores cálidos. Seguía pensando quién le había dicho la noticia y por qué, todo mientras el frío de la madrugada mordía su piel, pero no podía mover un músculo para buscar abrigo. La sensación de que algo malo pasaría solo crecía dentro de ella, y era mucho más gélida que cualquier viento frio.

Había tratado de hablar con su padre durante una parte de la noche, buscando una respuesta a su angustia de que algo estaba mal. Sin embargo, su madre se lo impedía constantemente, enviándola en cambio a bailar con Aegon y Aemond, quienes fingían estar complacidos con aquellas peticiones. Los pasos de baile que Helaena ejecutaba eran automáticos, una coreografía que conocía de memoria, pero su mente estaba lejos de aquella sala de baile, perdida en un laberinto de preguntas y dudas.

Finalmente, observó cómo su padre se retiraba silenciosamente, acompañado por su madre, dejándola a ella dando vueltas en el salón. La sensación de desesperación se profundizó en su pecho; necesitaba respuestas a aquellos actos nuevos que comenzaban a salir, pero solo encontraba muros que le impedían avanzar.

Y mientras el amanecer avanzaba y escuchaba el inicio de las actividades en el castillo, Helaena no pudo evitar pensar que el universo entero conspiraba para mantenerla en ese estado de agonía perpetua. Llevaba meses repitiendo acciones que hacía años había dejado de hacer. Sentía que cada rayo de sol era una burla cruel, iluminando un mundo en el que ella ya no quería existir. En lo profundo de su corazón, Helaena sabía que debía encontrar una manera de descubrir lo que ocurría entre las sombras y, a la vez, cambiar lo poco que ahora conocía del futuro. Sin embargo, en ese momento, la perspectiva de otro día lleno de dolor parecía insuperable.

Finalmente, con un suspiro profundo, cerró los ojos y permitió que las lágrimas fluyeran libremente. No había razón para contenerlas; el dolor necesitaba su salida. Mientras los sollozos silenciosos sacudían su cuerpo, escuchó cómo Maris y las demás criadas entraban a su habitación para arreglarla. Las voces murmuraban entre sí, suaves pero intrusivas, un recordatorio de que el mundo seguía girando a pesar de su tristeza.

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Helaena, antes de regresar al pasado, nunca se había tomado tiempo libre para ella misma. Siempre estaba dividida entre alguna lección que su madre sacaba para mejorar como princesa, la prueba de algún vestido, algun bordado para acompañar a su madre o pequeños momentos con sus hijos. Siempre había estado atrapada en el ciclo interminable de deberes y expectativas que venían con su posición. Cada día era una sucesión de tareas que cumplía con una obediencia casi automática, sin detenerse a considerar sus propios deseos o necesidades.

Algo que cuando volvio al pasado ya le cansaba, pues podía recordar todas aquellas lecciones perfectamente. No había olvidado ningún nombre, linaje o modales que se le había indicado aprender y, por suerte, ahora podía practicar más su valyrio, idioma que a su madre no le gustaba escuchar al no entenderlo. Era por ello que solo dejó aprender un poco a Helaena solo por tradición, ya que no necesitaba aquel idioma si su prioridad era traer hijos al linaje Targaryen, al contrario de sus hermanos que podrían ir a batalla cualquier día.

The last hopeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora