Capítulo IX

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Helaena aún seguía en silencio, inmóvil frente a su hermana mayor. Había llegado hasta Dragonstone con una intención clara en su mente, una determinación que la había empujado a cruzar el mar y enfrentarla. Pero ahora que se encontraba allí, delante de Rhaenyra, todo lo que había planeado decir se desvanecía como niebla bajo el sol. Las palabras que había practicado en su cabeza parecían volverse inalcanzables, y su garganta se cerraba por el nudo que se tensaba cada vez que pensaba en hablar.

Rhaenyra, en cambio, se había sentado en una silla del salón, cansada. Desde esa distancia, la observaba con una mezcla de sorpresa y una ligera molestia, como si la pequeña visita frente a ella fuera una interrupción más que un motivo de interés. Sus rasgos delicados se endurecieron ante la inesperada aparición de Helaena, como si tratara de desentrañar el propósito de tal osadía. No era común que Helaena actuara de manera impulsiva; su naturaleza siempre había sido más reservada, más contenida, igual que sus sentimientos. Presentarse de esa manera, sin previo aviso y sin una razón de peso aparente, resultaba extraño y, podría decirse, incluso alarmante.

El silencio entre ellas se alargaba, tenso y espeso como una nube cargada a punto de desatarse. Helaena sintió el peso de los segundos aplastando cualquier intento de recuperar el control de la situación. El vacío en el aire comenzaba a devorar sus pensamientos, y, por primera vez en mucho tiempo, sintió el miedo en su pecho. No era miedo a la mujer frente a ella, sino a lo que estaba a punto de suceder. Su mente no paraba de mostrarle los recuerdos de sus pesadillas recurrentes: la sangre de sus hijos, las risas que se mezclaban con el horror. Aquella risa... la misma que la perseguía en sueños.

Finalmente, fue Rhaenyra quien rompió el silencio, obligando a Helaena a regresar al presente y levantar la vista. Sus palabras llegaron lentas, como si estuviera eligiendo cada una con cuidado, midiendo el impacto que podrían tener.

—Helaena... —dijo al fin, su voz más fría de lo que Helaena había anticipado—. Espero que lo que tengas que decir sea lo suficientemente importante como para justificar esta... insolencia.

La frialdad de esas palabras golpeó a Helaena como una bofetada. No había rastro de comprensión, solo un recordatorio cruel de la distancia insalvable que siempre había existido entre ellas. Esa distancia que Helaena había ignorado o, peor aún, olvidado en su desesperación, ahora se erguía como una muralla infranqueable. Nunca habían sido cercanas. La relación que compartían no era más que una formalidad vacía, un reflejo de las expectativas de la corte. No había enemistad declarada, pero tampoco existía un afecto genuino entre ellas. Apenas eran más que desconocidas, unidas por sangre, pero separadas por años de indiferencia.

La vergüenza y la frustración inundaron a Helaena. ¿En qué momento se había convencido de que Rhaenyra podría ayudarla? Los recuerdos de una vida entera de miradas evitadas y palabras no dichas pasaron por su mente. No había sido más que una sombra en la vida de Rhaenyra, un personaje secundario en un relato donde todo giraba en torno a los hijos de su hermana. Los años de indiferencia se habían apilado como ladrillos, construyendo una pared invisible que ahora las separaba por completo.

¿Qué había esperado realmente?. El simple hecho de pensar en la guerra que se aproximaba, en los hijos que ya había perdido y en la familia rota por la ambición de una corona, hacía que su corazón se retorciera en una mezcla de ira y dolor. Pero al ver el rostro distante de Rhaenyra, esa débil esperanza, por absurda que fuera, se desvaneció por completo.

Helaena apretó los labios, luchando por mantener la compostura mientras la rabia y el miedo se entrelazaban en su pecho.

—No quería... —comenzó a decir, su voz apenas era un susurro, por su  garganta que estaba cerrada por la tensión—. No quería interrumpir. Solo...

The last hopeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora