Capítulo VII

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La lluvia comenzó a golpear con fuerza las puertas del balcón de Helaena, y los truenos que retumbaban en el cielo no hacían más que intensificar la creciente ansiedad que sentía en su pecho.

Helaena no sabía cuánto tiempo había pasado esperando a Maris, pero la ansiedad que se arremolinaba dentro de ella le decía que ya era demasiado. La había llamado hace un buen rato, y cada minuto que transcurría parecía estirarse eternamente. Su impaciencia se transformaba en una sofocante sensación de encierro, como si las paredes de su habitación se cerraran lentamente, atrapándola en una caja de la que no podría escapar.

Cada ruido de la tormenta que rugía afuera hacía que el corazón de Helaena diera un vuelco, como si cada trueno pudiera desgarrar su ya frágil calma. Cuando un estruendo especialmente fuerte resonó en el aire, saltó, asustada por la intensidad del sonido. Su respiración se aceleró, en sintonía con su creciente ansiedad. La tormenta parecía reflejar el caos que gobernaba su mente, donde los pensamientos se arremolinaban como un viento furioso, golpeándola con la fuerza de todo lo que estaba por venir.

De repente, la puerta de su cuarto se abrió con un chirrido suave, como si incluso esa pequeña perturbación temiera romper la fragilidad del momento. Maris entró, con el rostro cubierto por una mezcla de preocupación y curiosidad. Al ver a Helaena, sus ojos captaron de inmediato la inquietud que marcaba su mirada, la tensión en sus hombros, que parecían sostener el peso de un mundo invisible. La preocupación de Maris se profundizó, pero una punzada de miedo también se instaló en su pecho; algo en el aire le susurraba que las cosas no estaban bien.

-Vine tan rápido como me llamaron, mi lady -dijo Maris, inclinando levemente la cabeza, con cierta inquietud en su voz, esperando una explicación al repentino llamado.

Helaena no respondió de inmediato. Sus ojos, vacíos de esperanza pero llenos de una tristeza insondable, se posaron en el rostro de Maris, como si buscara en ella una respuesta a preguntas que ni siquiera sabía formular. Maris sostuvo la mirada, aunque un escalofrío recorrió su columna bajo el peso de la desesperación silenciosa de su señora. El aire en la habitación se hizo denso, cargado de una tensión invisible. Finalmente, Helaena dejó escapar un suspiro profundo, pero este no trajo consigo el alivio que tanto necesitaba, solo una opresión en el pecho que se asentaba como una roca pesada e inmovible.

Las manos de Helaena temblaban ligeramente, apenas perceptibles. Sabía que cualquier decisión que tomara en ese momento podía poner en peligro no solo su vida, sino también la de Maris, una joven que no merecía verse arrastrada por las consecuencias de aquel plan.

-Voy a pedirte algo, pero no puedes negarte -dijo Helaena finalmente, con un tono que revelaba tanto urgencia como resignación. Sus ojos, normalmente serenos, brillaban con una intensidad inusual, casi suplicante-. Y tampoco puedes pedir explicaciones.

El rostro de Maris palideció al escuchar esas palabras. Un nudo se formó en su estómago, y un torbellino de pensamientos cruzó su mente. ¿Qué podía estar ocurriendo para que aquella chica tan calmada que, siempre era discreta y mesurada, le pidiera algo así? A pesar de sus dudas, asintió rápidamente, más por instinto que por convicción. Sabía que no había espacio para preguntas, no cuando la voz de Helaena temblaba levemente, como si estuviera al borde de quebrarse.

La aprobación silenciosa de Maris proporcionó a Helaena un breve respiro de calma.

-Necesito que lleves esa bolsa -dijo Helaena, señalando con una mano temblorosa hacia un escritorio donde descansaba una pequeña bolsa de cuero-. Llévala al guardia que cuida los caballos. Pídele que ensille uno y lo saque del castillo sin hacer preguntas.

Maris frunció el ceño, claramente confundida. Caminó hacia el escritorio y, al tomar la bolsa, sintió su inesperado peso, lo que solo aumentó su intriga y preocupación. Miró rápidamente a Helaena, buscando alguna pista o respuesta en su expresión, pero la dureza en que mostraba su rostro solo la hizo sentirse aún más insegura. Sabía, por el peso de la bolsa y por el tono sombrío de Helaena, que algo más grande estaba en juego.

The last hopeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora