Capítulo VIII

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Helaena sentía una calma inusual al sobrevolar los cielos. Había dejado atrás la lluvia, su cómplice en su huida de casa, y ahora el viento helado la envolvía, levantando ventiscas que erizaban su piel y hacían que su cabello, aunque atado, bailara junto a él.

Llevaba volando ya un buen rato, lo suficiente como para perder la noción exacta de la dirección en la que iba. El sol había salido y vuelto a esconderse tras las nubes varias veces, lo que le indicaba que su destino no estaba lejos. Sin embargo, aún no podía calcular con certeza cuánto tiempo más le tomaría llegar. Había decidido tomar una ruta distinta, consciente de que su madre, al notar su ausencia, probablemente habría enviado a Aegon y a Aemond a buscarla. Sabía que con ellos vendría Vhagar, y aunque Dreamfyre era fuerte y leal, no poseía la velocidad ni el vigor de un dragón adulto, que irónicamente volaba más rápido que uno joven. Vhagar era un dragón rápido, demasiado como para que Dreamfyre pudiera igualarle en agilidad, y no arriesgaría a su vieja amiga en una batalla contra aquella dragona.

Sin embargo, su estrategia parecía haber dado resultado, pues no había visto ni sentido la presencia de otro dragón en todo su trayecto. Esta ausencia de peligro inminente la tranquilizaba momentáneamente, aunque en el fondo sabía que existía la posibilidad de que pronto encontraran su paradero. Saber que llevaba cierta ventaja le daba un breve respiro.

Mientras el viento frío golpeaba su rostro, sus pensamientos divagaban entre la nostalgia y el miedo. Cada minuto que pasaba lejos de su familia era a la vez un alivio y una fuente de culpa. Sabía lo que ellos planeaban para ella, lo que su madre esperaba que hiciera como ella lo hizo en su juventud, y ese conocimiento la desgarraba por dentro.

Antes de que otro pensamiento sombrío la asaltara, Dreamfyre se tensó bajo su cuerpo, alertándola. Inmediatamente, Helaena se puso en guardia. Algo estaba cerca.

Se ajustó a su montura para ver mejor qué había alterado a su dragón, y a lo lejos, un castillo comenzó a dibujarse en el horizonte, imponente y majestuoso, desafiando a cualquiera que se atreviera a acercarse. Las torres oscuras se alzaban como garras que arañaban el cielo gris. El viento, cargado con el aroma de la sal y el frío de las olas que rompían con furia contra los acantilados, traía consigo una sensación de presagio. Era un susurro de advertencia que Helaena no podía ignorar, por mucho que lo intentara.

El miedo comenzó a crecer en su pecho, una sombra implacable que comprimía su respiración, haciéndola sentir como si el aire se volviera demasiado espeso para ser inhalado. Cada latido de su corazón resonaba en sus oídos, pesado, como el golpe de un tambor de guerra. Había llegado por fin a Dragonstone. Desde la altura, la fortaleza se revelaba en toda su grandeza; ninguna pintura que hubiera visto, por más detallada que fuera, podía igualar la vista que tenía en ese momento. Sin embargo, esa misma belleza se mezclaba con un aura de peligro, aumentando la tensión que se enroscaba en su interior.

Sus manos, posadas sobre las escamas de Dreamfyre, temblaban ligeramente al sentir que estaba entrando en un territorio desconocido, un lugar que no le pertenecía. A pesar de haber montado a su dragona cientos de veces, aquella vez era diferente. Sentía que estaba ingresando a un territorio prohibido, no solo para ella, sino para su propio destino. Era una fortaleza que había visto muchas cosas, y aunque no podía expresarlo con palabras, Helaena percibía que su vida corría peligro ahí.

Los dragones que habitaban la fortaleza no tardaron en percibir su presencia, y Dreamfyre también los sintió, lo que la llevó a ponerse a la defensiva. La inquietud de su dragona se manifestó en un rugido profundo, que resonó en el aire como un trueno distante. Helaena, desesperada por mantener el control, intentó calmarla. Pero el pánico que se apoderaba de ella hacía que cada palabra de consuelo se ahogara en su garganta, un recordatorio de que no solo estaba luchando por controlar a su dragón, sino también su propio temor creciente.

The last hopeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora