Capítulo III

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Después de la visita de su madre, Helaena volvió a comportarse como ella lo deseaba. Si requería su presencia en un banquete, un paseo o simplemente como compañía, Helaena era la primera en llegar y también la primera en irse. Sin embargo, cuando su madre mencionaba algo sobre Aegon, Helaena se disculpaba diciendo que se sentía mal y se encerraba en su cuarto hasta que se le volviera a requerir o para asistir a alguna lección.

La relación entre Helaena y su madre, que nunca había sido buena, se convirtió en la peor que habían tenido. Al final, a Alicent no le importó mucho; mientras Helaena cumpliera con las apariencias, ella había logrado su tarea.

El tiempo cambiaba junto con las estaciones, y Helaena observaba desde su balcón cómo las hojas caían de los árboles y cómo nuevos guardias comenzaban su entrenamiento. Solo que ahora contaba con la compañía de Maris y sus pequeñas charlas para llenar el vacío.

Se sentía atrapada en la misma casilla de inicio que al principio. Aquel ciclo interminable de apariencias y soledad la consumía lentamente y sabía que debía cambiar rápido aquello.

Por ello comenzó a barajar varias ideas donde solo podía apoyarse en sí misma, pero cada decisión que se imaginaba tomar parecía no cambiar nada. Tenía que ser clara en cada paso que tomara; no podía dudar ni fallar, y eso era lo que le atormentaba.

Llegó a pensar que si se casaba con Aegon, podría existir una pequeña posibilidad de que lograra cambiar algo. Si lograba manipular a su hermano tal como lo había logrado su abuelo con su madre, podría impedir la caída de su casa, aunque lamentablemente eso siempre terminaba en pérdidas para ambos bandos.

Escapar también había sido uno de sus planes, pero al igual que sus anteriores ideas, las muertes de cada personaje de su vida ocurrirían igual o de peor manera, y ella solo sería una espectadora más de la caída inminente de su casa.

No podía tampoco descartar el plan de decirle a todos lo que había visto del futuro, aunque claramente eso simplemente lograría que ella terminara encerrada en su cuarto o siendo enviada a la fortaleza de los Hightower con su tío.

No importaba qué camino tomara, necesitaba un compañero y lo necesitaba urgente.

Mientras caminaba por los pasillos con su mente revuelta, se topó con un grupo de sirvientes que retiraban una pintura. No le dio importancia, pues su madre siempre estaba cambiando la decoración del castillo. Recordaba cómo esos pequeños cambios la hacían sentir con un poco de poder; eso hasta que su padre enfermó y dejó la decoración para encargarse del puesto de su padre junto con su abuelo.

Siguió su camino hasta que su visión la detuvo en seco, pues observó que la pintura que quitaban era la de su padre, el Rey Viserys, y con ello su corazón se aceleró. Aquella pintura nunca se había movido y no recordaba que se hubiera hecho en algún punto de su vida en el futuro.

—¿Qué están haciendo? —preguntó, acercándose a los sirvientes.

Los sirvientes trataron de reverenciar a Helaena sin provocar un accidente con la pintura que trataban de bajar.

—Aún espero mi respuesta —dijo con una voz más firme de lo que esperaba.

—Perdónanos, mi lady, se nos indicó retirar esta pintura para reasignarla en una habitación —dijo uno de los que sostenía una escalera.

Helaena frunció el ceño, no podía creer que alguien se atreviera a tocar aquella imagen de su padre; sabía que su madre no había sido, pues de todo el palacio lo único que nunca tocó fue aquella pintura. Quien fuera el de aquella idea se había equivocado de día para hacerlo.

—¿Quién les dio esa indicación?

Los cuatro sirvientes evitaban levantar la mirada para responder. Solo uno, que sostenía la pintura, se decidió a hablar al ver que Helaena no se retiraría sin una respuesta.

The last hopeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora