Capítulo Narrado 3 (1)

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Día 1 descubriendo la identidad:

La visita al hospital fue mejor de lo que pensé. La mayoría de veces regresaba triste, pero esta vez, tenía esperanza de que mi abuelo se pusiera bien.

Habíamos pasado la tarde hablando y riendo. Cada vez que me veía agrandaba más su sonrisa.

Él es un buen hombre, siempre dispuesto a ayudar a los demás, con una sonrisa en los labios.

Cuando pasó lo de mi abuela, su sonrisa se había apagado, la pasaba solo y mirando las fotos de los álbumes.

Su matrimonio fue, sin duda, la mejor relación que había visto, ni siquiera la de mis padres. Nunca peleaban o discutían, se entendían perfectamente, cualquier problema lo solucionaban hablando tranquilamente.

Siempre he querido una relación como la de ellos, con una confianza tan grande, dispuestos a hablar de cualquier cosa.

¡¡¡¡¡Riiiing!!!!!

La campana de la escuela anunciando la entrada de esta, hizo que volviera a la realidad. No me sorprendía, es bastante escandalosa, le rompería el tímpano a cualquiera. Por una vez, sirvió de algo, pensar en el día de hoy.

Lunes, primer día de la semana y mi primer día para descubrir algo. Tenía que acercarme a una de las chicas de la lista, pero...¿A cuál?

No hablaba con ninguna de ellas, creo que nunca lo hicimos. Las conocía desde que había entrado ya que compartíamos aula y una vez estuve con una en detención.

Caminaba por los pasillos perdida en mis pensamientos, de nuevo, esta vez, pensando en un plan o una forma de hablar con alguna.

Sin darme cuenta, estaba frente al casillero. Recordé las cartas, ¿habría alguna?

Rápidamente, lo abrí con tanta ilusión. Las ganas de leer otra recorría todo mi ser, esa era mi droga.

Desde que aparecieron solo pensaba en recibir más y leerlas. Me hacía mucha ilusión ir a ver si tenía alguna nueva.

La desilusión se mostró en mi rostro al momento que abrí el casillero, no había nada, estaba idéntico a como lo ví la última vez.

-Hey, chica - dijo Camila corriendo desde una esquina hacia mi.

No me dió tiempo ni a responderle, llegó a donde estaba, agarró mi brazo y me arrastró por el pasillo hacia el baño.

– ¿Qué te pasa? – le dije un poco alterada y recostandome en el lavamanos.

Ella sabía lo mucho que me molestaba que me agitara o me llevara de un lado a otro sin explicaciones.

– Perdona, pero esto es importante – me miró seriamente.

Esto era para preocuparse, cuando me miraba así, había pasado algo.

– ¿Qué pasó? – la sorpresa se notaba en mi voz.

– Estabas abriendo tu casillero cuando te agarré en los pasillos – estaba hablando algo rápido, podía entender lo que decía, pero no a dónde quería llegar – ¿Recibiste alguna carta? – preguntó atenta a mi, esperando una respuesta.

¿Qué? Mi expresión había cambiado de sorprendida y curiosa a una de aburrida. ¿Es en serio? Pensaba que iba a contarme una bomba y solo estaba de curiosa.

– Sabes que no me gusta hablar de eso, y menos contigo – le dije ya dispuesta a salir del baño cuando soltó:

– Vi a Chloe el viernes en un salón escribiendo – me volteé para verla.

– ¿Qué es lo sorprendente? Estamos en un colegio – mi voz ya era de desanimada.

– Escribía en un pedazo de papel y había un sobre en la mesa.

Bueno, eso sí me sorprendía pero, ella ni siquiera era una de las que estaba en la lista. Además, hoy no tenía ninguna carta.

– ¿Me estás diciendo que ella puede ser la que me manda las cartas? – la pregunta más tonta que hice en esta semana, era claro que Camila pensaba eso.

– Es obvio que es ella, genia – me dió un golpecito en la espalda para que reaccionara, me había ofendido su adjetivo.

– ¿Por qué lo haría? – crucé los brazos y volví a recostarme en el lavamanos.

Camila se sentó al lado mío y movía las piernas, parecía una niña pequeña haciendo eso.

– Bueno, eso no lo sé, pregúntale tú.

La miré como si estuviera loca, no iba hacer eso, ni siquiera sabía si era ella o no.

– Espera, ¿por qué me cuentas esto ahora?

– ¿No es obvio? Porque quiero que encuentres al remitente – alzó sus hombros sin darle importancia.

– No me refería a eso, hablo de, ¿Por qué hoy? Me dijiste que la viste el viernes.

Me miró sin entender, parecía que mi pregunta era más tonta que la anterior.

– Te llamé el sábado, no me cogiste el teléfono.

Lo había olvidado, había silenciado mi teléfono para que nadie me molestara.

– Lo siento mucho – le hice pucheros, así siempre me perdonaba.

– Te perdonaré cuando encuentres a la persona que escribe las cartas, y ya tienes por donde empezar.

Me guiñó un ojo y salió del baño, dejándome sola, pensativa.

¡¡¡¡¡Ring!!!!!

Esa campana me iba a volver loca algún día. Mejor me apuraba para llegar al turno de Química, la profesora era muy buena, pero no dejaba pasar a nadie si llegaba un minuto después de ella.


Cartas de despedida Donde viven las historias. Descúbrelo ahora