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Guardé el teléfono rápidamente, mi corazón latiendo con fuerza

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Guardé el teléfono rápidamente, mi corazón latiendo con fuerza. La respuesta de Eros resonaba en el aire, y la multitud parecía dividida entre aquellos que aceptaban sus palabras sin cuestionarlas y aquellos que, como yo, sentían una creciente desconfianza.

Romina me miraba con preocupación.

—¿Todo bien con eso? —me susurró, señalando mi teléfono.

—Sí, todo está muy bien, —mentí—. Pero tenemos que seguir adelante.

La asistente de Eros volvió a tomar la palabra, agradeciendo a los estudiantes por sus preguntas y anunciando el final del evento.

Eros descendió del escenario improvisado, rodeado de guardaespaldas y seguidores. Me pregunté si habría sentido el mismo escalofrío de tensión que yo.

Nos dispersamos con la multitud, caminando bajo la lluvia ligera. Sentí las miradas de algunos estudiantes sobre mí, quizás admirando mi osadía o criticando mi atrevimiento. Me importaba una mierda lo que pensaran. Tenía preguntas que necesitaban respuestas, y no iba a detenerme.

Mientras caminábamos, Romina seguía lanzándome miradas de soslayo.

—Deberías tener más cuidado, Hela, —dijo finalmente—. Esa familia no se anda con juegos.

—Lo sé, —respondí—. Pero alguien tiene que hacer las preguntas difíciles.

La lluvia se intensificó, empapando nuestras chaquetas. Las calles lujosas de Montclair, con sus tiendas de alta gama y edificios imponentes, brillaban bajo las luces de neón, creando un contraste con el cielo gris y plomizo.

Después del discurso de Eros, Romina y yo nos despedimos en la esquina de la calle principal.

—Hela escucha—me dijo Romina antes de irse—. No te metas en más problemas de los necesarios.

—Lo sé, —respondí, dándole un abrazo—. Nos vemos mañana.

Emprendí el camino hacia mi apartamento, dejando que la lluvia ligera me cubriera. Mientras caminaba por las lujosas calles de Montclair los recuerdos de mi madre inundaron mi mente.

Recordé una tarde de primavera, cuando yo tenía diez años y mamá y yo estábamos sentadas en el parque. Me había caído y raspado la rodilla, y estaba llorando. Mamá me tomó en sus brazos y me susurró al oído:

—Eres fuerte, Hela. Eres hermosa y fuerte, igual que tu madre. Nada ni nadie podrá detenerte.

Sus palabras me habían reconfortado entonces, y ahora, años después, seguían siendo un faro en mi vida. Mamá siempre había creído en mí, incluso cuando yo misma dudaba. La nostalgia me invadió, recordando los momentos felices con ella antes de su trágica partida.

La extraña sensación de sentir que estaba siendo observada me sacaron de mis recuerdos, la sensación creció mientras subía las escaleras hasta que, justo cuando estaba frente a mi puerta, una par de manos me taparon los ojos.

Tentaciónes [EN CURSO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora