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-¡Inocente!- gritó Ivan, levantando su copa de champán en homenaje a su jefe, Alfonso Herrera.
-¡Inocente!- se oyó por toda la sala Casbah, junto al tintineo de vasos.

Casi todo el personal de VIC Enterprises se encontraba en Casbah, una de las discotecas más populares de San José, en California, para celebrar la inocencia de Alfonso tras más de seis meses de intenso escrutinio por parte del Departamento de Justicia.

Abrazando fuertemente a su esposa Anahí, Alfonso observó su copa de champán, levantando una ceja en señal de interrogación.

-Relájate- le dijo ella, propinándole un suave codazo en el costado.
-Es Ginger Ale añadió, acariciando su abultado abdomen.

Él la beso en la coronilla, frotándole la espalda, consciente de que había pasado mucho tiempo en pie aquel día.

-¿Qué tal van las náuseas?
Ella se encogió de hombros.
-Las he tenido peor, pero me estoy alimentando a base de caramelos de jengibre y menta, y parece que ayuda. Según mi tía Hannah, la indigestión se debe al pelo de los bebés.
Atragantándose con el champán, Alfonso se giró para mirarla y vio cómo ella sonreía.
-¿Qué?- exclamó. Ella asintió con la cabeza y lanzó una carcajada, y él se acercó a su oído para que pudiera escucharle mejor con la música.
-¿Algún otro consejo?
-Sólo que tengo que ir de visita al rancho antes de que esté demasiado gorda para conducir.
Con un resoplido, Alfonso dijo:
-Como si te fuera a dejar conducir tan lejos sola.

Antes de que Anahí pudiera responder, se oyó otro tintineo de vasos pidiendo un discurso por parte de Alfonso.

Mientras él hablaba, Anahí se sintió agradecida de que aquellos últimos siete meses hubiesen transcurrido con tanta calma. Apenas recién casados, la joven pareja tuvo que enfrentarse al segundo secuestro de Anahí a manos de nada menos que unos piratas modernos, y a una falsa acusación de contrabando que hizo que el Departamento de Justicia arrestara a Alfonso y éste tuviera que demostrar su inocencia.

Aunque nadie que lo conociera se había creído las acusaciones. De hecho, casi toda la compañía se había volcado con él, continuando con su trabajo con una reducción de sueldo para mantener el negocio a flote y a los clientes contentos. Gracias a su lealtad y dedicación, sólo habían perdido dos clientes, y acabaron ganando cuatro más.

Anahí se quedó sin aliento al notar cómo se movían los gemelos.
Acariciando su vientre, contuvo el aliento hasta que dejaron de moverse, y sonrió dirigiendo la mirada a sus futuros vástagos. Aunque siempre había pensado que tendrían hijos, preferiría haber esperado unos años, teniendo en cuenta que tomaba anticonceptivos.

No tenía ni idea de qué clase de padre sería Alfonso, y aunque su embarazo parecía haberle calmado en cierto modo, había empezado a mostrarse un poco sobreprotector con ella, cosa que a veces encontraba frustrante, ya que deseaba que todo transcurriera con normalidad. Lo que quiera que signifique eso, pensó. Intento de asesinato, espionaje, secuestros y contrabando - si eso era normal, le gustaría saber qué era un día inusual.

Fijando una sonrisa en su rostro, vio cómo Susan, la secretaria de Alfonso, y Diane, su asistente personal, se acercaban a ella. Tras sentarse cada una a un lado, ambas se agacharon y le quitaron los zapatos, para descalzarse ellas a continuación, y Anahí las miró sorprendida.

-Mucho mejor- dijo Diane con un suspiro. -Ahora podemos fingir que lo hacemos para que Anahí no se sienta sola.
-Amén- contestó Susan, mientras Anahí se reía.
-¿Qué? ¿Crees que lo hemos hecho por ti?
-Sé perfectamente que vosotras dos lleváis los zapatos más cómodos de toda la empresa. Pero de acuerdo. ¿Veis? Hasta pongo los pies en alto- comentó Anahí, apoyando las piernas en la mesita que tenía delante.
-Oh, que bien sienta esto.

Mirándose la una a la otra por encima de la cabeza de Anahí, ambas sonrieron y colocaron sus piernas junto a las de ella.

Las tres mujeres se sentaron cómodamente en silencio observando los rostros felices de los asistentes. Como agradecimiento por su dedicación y trabajo duro, Alfonso había instaurado un programa de participación en los beneficios de la empresa para todos sus empleados, y acaba de anunciar su plan para ponerlo en marcha a principios de mes. Se escucharon más vítores, y él expresó su gratitud y aprecio por haber permanecido a su lado. Como dijo en su discurso, aquella lealtad no era nada común en una organización del tamaño de la suya, y estaba decidido a demostrarles que no se habían equivocado.

*****

En el Hospital General de San José, otro hombre que inspiraba la misma pasión y lealtad que Alfonso, observaba cómo los esfuerzos para resucitar a su esposa resultaban inútiles. El médico le miró, esperando confirmación, que ofreció con un ligero asentimiento.

-Piper Harper, hora de fallecimiento: 21:07-. Tras hacer un gesto de respeto hacia los dos hombres presentes, firmó unos documentos antes de salir de la habitación, seguido de las enfermeras que susurraron sus condolencias.
-Tuvo una buena vida- dijo Max, el hermano de Piper, acercándose a la cama y contemplando a su hermana.
-No esperaba que viviera tanto.

Derrumbándose en una silla, Cash Harper miró a su esposa, que parecía estar durmiendo pacíficamente. Aunque su matrimonio había sido una cuestión de conveniencia para que pudiese recibir prestaciones sanitarias, habían tenido una relación y, durante los tres últimos años, se había encariñado con ella.

-Esperaba poder hacer más con el dinero del rescate- dijo Harper.
-Era mi hermana pequeña. Hubiera dado cualquier cosa por poder tenerla con nosotros más tiempo. Pensamos que había superado la leucemia de niña, pero esta vez ha sido aún peor. Pero ha luchado contra ella. Creo que lo ha hecho más por ti y por mí, pero lo ha hecho. Bueno, por nosotros y por ese maldito collar- terminó Max en un murmullo, contemplando la gargantilla de diamantes que todavía llevaba alrededor del cuello.
-No entiendo por qué estaba tan fascinada con él.

Inclinándose, Max le quitó el collar y lo sostuvo contra la luz, viendo cómo destelleaban los diamantes.
-¿Qué quieres hacer con él, capitán?
El capitán Harper tendió su mano.
-Devolverlo a su dueña.
Max se lo entregó con un resoplido.
-¿Crees que es sensato? Cuando Herrera nos vio aquí pensé que iba a hacernos trizas. Si no fuera por su esposa...
-Exacto. Por eso quiero devolvérselo.

La Familia Del Millonario | Anahí y Alfonso Herrera | Donde viven las historias. Descúbrelo ahora