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Durante los siguientes días, Anahí se sentía como si hiciera las cosas de forma mecánica. El trabajo había perdido su atractivo.

Su antigua compañera de piso, Mia, le había recomendado un decorador para ayudarla con la habitación de los bebés, y estaba progresando muy rápido. Tanto, que pensaban terminarla mucho antes de que nacieran los gemelos, cosa que Anahí agradecía.

Diane y Susan habían organizado una velada en Casbah para celebrar la llegada de los bebés, y aunque tenía ganas de ver a todo el mundo, no estaba de humor para fiestas.

Cuando oyó el claxon de un coche, salió seguida de Alfonso, que la ayudó a entrar en el vehículo. Saludando con la mano a Lisa y Chloe, dos de sus mejores amigas, rehusó ir con ellas, y las jóvenes le devolvieron el saludo con alegría y se alejaron.

Al llegar a la discoteca, que estaba cerrada para su fiesta privada, Anahí se sorprendió de la cantidad de gente que había. Con la mejor de sus sonrisas, entró y saludó a todos.

Sonreía afablemente y hablaba sobre temas triviales, pero no creía que pudiera acordarse de ninguna conversación. Se alegró de que tanta gente le tomara fotos, y esperaba poder verlas después.

Dio un respingo al sentir una mano en su brazo, y se volvió para ver el rostro preocupado de su tía Hannah.

-No has escuchado una palabra de lo que he dicho, ¿verdad, querida?- preguntó. Con una tímida sonrisa, Anahí negó con la cabeza, y su tía le apretó la mano.
-¿Por qué no vienes al rancho un par de semanas? Creo que un cambio te vendrá bien. Tenemos varias vacas a punto de dar a luz, además de la yegua favorita de tu padre.
-He estado pensando en ello, tía, y creo que es justo lo que necesito.
-Estupendo, querida. Sé que Alfonso no quiere que conduzcas, pero no nos vamos hasta el domingo. ¿Por qué no vienes con nosotros? Alfonso puede ir más adelante, y así regresáis juntos a San José cuando estéis listos.
-Es una excelente idea. Le voy a enviar un mensaje de texto.
-Tonterías. Es mejor que se lo digas en persona, no por teléfono. Además, tienes una sala llena de gente que quiere hablar contigo. Así que, sonríe y vamos a abrir los regalos.

Tras abrazar a su tía, Anahí sonrió a los invitados y se dispuso a pasar la siguiente hora abriendo regalos y profiriendo exclamaciones de sorpresa.

Cuando llegó a casa por la tarde, se encontraba más animada, y Alfonso e Ivan la ayudaron a descargar los regalos de los coches. Notó una mirada entre Lisa e Ivan, y se preguntó si había algo entre ellos. Sobre todo cuando Ivan se excusó al irse sus amigas.

Alfonso la acompañó al interior de la casa, y ella se apoyó en él, que la cogió en volandas y la llevó hasta dentro. Al entrar en el salón, le sorprendió ver la chimenea encendida. Tras depositarla en el sofá, Alfonso le quitó los zapatos y colocó sus pies en su regazo. Había una bandeja con bebidas y dulces, y él le pasó una taza de chocolate caliente, que ella bebió agradecida.

Cuando su esposo comenzó a masajearle los pies, casi dejó caer la taza. Con manos temblorosas, intentó posarla en la mesa, pero Alfonso la cogió rápidamente y la colocó por ella. Reclinándose hacia atrás, cerró los ojos y suspiró, disfrutando del masaje.

-Oh. Que. Bien. Sienta. Esto- consiguió decir, sintiendo cómo se desvanecía la presión de sus piernas. Aunque le habían advertido de la hinchazón de los tobillos, no creía que pudiera pasar mientras estaba sentada.
-Tienes dedos mágicos- gimió, y Alfonso soltó una carcajada.
-Esa respuesta suele darse cuando tengo las manos en otras partes de tu cuerpo.

Abriendo los ojos para dedicarle una mirada seductora, dijo:
-Sigue así y no tendrás que poner las manos en otras partes.
Él levantó una ceja y se acomodó mejor antes de responder:
-Reto aceptado-. Cogiendo el mando a distancia, puso música, y la sensual voz de Billie Holiday inundó la estancia.

Volviendo a colocar sus pies en su regazo, le frotó los empeines y ella suspiró. Tomó el pie derecho y comenzó a hacer movimientos circulares en la planta con el pulgar, y a acariciar la parte superior con la palma de la mano. Cogiendo cada dedo de su pie entre el pulgar y el índice, los masajeó uno por uno, presionando con el pulgar a lo largo de la parte posterior.

Desplazándose hacia abajo, continuó con los movimientos circulares hasta la base de los dedos, antes de aplicar presión con los pulgares en un movimiento lateral que la hizo gemir.

-Se te da muy bien esto- murmuró, sintiendo cómo se relajaba aún más.
-No puedo creer que esté casada contigo- añadió, y él rió.
-Si no te conociera, diría que estás disfrutando demasiado.
Ella abrió los ojos.
-¿Demasiado? En lo que respecta a masajes de pies, no existe la palabra demasiado.
-Vaya, otro reto- bromeó él, y restregó los nudillos por la planta del pie.

Poniéndose más cómodo, Alfonso sujetó el pie con ambas manos y apretó los pulgares sobre su parte superior. A la vez que ejercía presión, trazaba movimientos circulares con los pulgares, observando el rostro de Anahí con atención, para ver cómo respondía.

Desplazándose hacia abajo, sonrió al comprobar que su respiración se aceleraba.
Al llegar al talón, lo aferró con la mano y rotó el tobillo de derecha a izquierda, y Anahí gimió.
Deslizando las manos hacia arriba una vez más, juntó los dedos y le pasó los pulgares por la planta, moviendo las manos hacia adelante y hacia atrás mientras ella colocaba los brazos por detrás de la cabeza. Tras depositar el pie en su regazo con delicadeza, tomó el izquierdo y comenzó a repetir todo el proceso, y Anahí cambió la posición de sus caderas, restregando las piernas una contra la otra.

Alfonso se arrodilló en el sofá. Tomó un pie en cada mano y continuó masajeándolos, restregando sus pulgares por los laterales, asegurándose de cubrir tanta piel como fuera posible, con cada caricia.

Al llegar a los tobillos, hizo unos pequeños movimientos circulares, ejerciendo presión a medida que subía por las piernas. Cuando llegó a la espinilla, volvió a bajar, y siguió masajeando arriba y abajo.

Para cuando llegó a la parte posterior de sus rodillas, Anahí ya estaba jadeando.
Pronunciando su nombre con un gemido, abrió los ojos y observó a su marido mirándola. La intensidad de su mirada hizo que se excitara aún más, y se mordió el labio en respuesta, disfrutando de cómo se oscurecían sus ojos.

Sus manos se deslizaron por debajo de su falda, y continuó trazando movimientos circulares por la parte interior de sus muslos, a la vez que seguía masajeando sus piernas hacia arriba y hacia abajo.

-Puedo oler tu excitación, Anahí- le dijo, sorprendido de la intensidad con la que respondía a sus caricias.
-No pares- contestó ella.

Cuando sus dedos alcanzaron sus caderas, le rozó ligeramente las ingles con los pulgares, y Anahí abrió las piernas. Pensó en quitarle las bragas, pero la sensación de roce de la tela contra su piel, aumentaba su excitación, y su cuerpo comenzó a temblar.
Deslizando las manos por debajo de la tela, continuó masajeando sus caderas y rozándole las ingles.
Con un grito, Anahí arqueó la espalda y todo su cuerpo se estremeció.

Él siguió acariciando su piel suavemente hasta que la tensión de su cuerpo cedió y se derrumbó contra los cojines.

-Guau- comentó, mientras ella le miraba con ojos saciados.
-¿También te pasa cuando te haces una pedicura?- bromeó.
-Ni hablar- respondió Anahí. -Nunca he tenido un final feliz. A lo mejor no dejo suficiente propina...- Riendo, se incorporó y besó a su marido. - Ha sido increíble. Muchas gracias. Repite cuando quieras. A cualquier hora. En serio. Cuanto antes mejor.
Él lanzó una carcajada.
-Te he entendido, esposa. Te gustan los masajes de pies. Y más con orgasmos.
-Síííííííííííííííííí.

La Familia Del Millonario | Anahí y Alfonso Herrera | Donde viven las historias. Descúbrelo ahora