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El tiempo parecía volar para Anahí, que paseaba por el arroyo que bordeaba la propiedad de su familia. Respirando profundamente, cruzó el pequeño puente bajo la atenta mirada de algunos de sus sobrinos que decidieron unirse a ella en su paseo matutino.

Brincando a su lado, las niñas le mostraban plantas medicinales, y dos de los niños levantaban pequeñas columnas de piedra por todo el sendero. El hermano mayor de Anahí, Bill Jr., y su esposa, habían decidido educar a sus hijos en casa, y su tía Hannah les había estado instruyendo sobre la flora y fauna local del Valle Central de California.

Anahí se detuvo al notar la patada de uno de los bebés, y su sobrina menor se acercó para ver qué le pasaba. Tomando la mano de la niña, la sostuvo contra su vientre, y el bebé dio otra patada; los ojos de su sobrina se abrieron como platos. Apoyando la oreja sobre la tripa de Anahí, parecía escuchar atentamente y hablar en susurros con sus futuros primos, para finalmente levantar la cabeza e informar a Anahí de que el bebé no quería hacerle daño, pero se estaban quedando sin sitio allí dentro.

Sonriendo, continuaron su paseo de la mano. Aunque Anahí hubiera preferido que Alfonso estuviese allí con ella, volver a casa era justo lo que necesitaba.

Disfrutaba de su familia, pero no echaba de menos el trabajo duro que hacía falta para dirigir aquel enorme rancho. Ni el olor, pensó, arrugando la nariz. Aunque también estaba la camaradería de trabajar codo con codo junto a personas que siempre estarían de su parte. Y echaba de menos a sus hermanos. Al pasar tiempo con ellos se acordaba de lo mucho que le gustaba tener una familia grande, y estaba impaciente por que nacieran los gemelos.

Alfonso había perdido a su única hermana cuando era apenas un adolescente, y creció con un cariñoso tío y otros muchachos de edad parecida a la suya, pero nunca había experimentado el tipo de interacciones que tenían lugar en el seno de una familia numerosa, excepto cuando visitaba a los Puente. Le esperaban en el rancho aquel fin de semana, y Anahí estaba impaciente por compartir sus experiencias con su esposo.

De regreso a la casa, vio a su padre y su tío a caballo, dirigiendo el ganado, y se dio cuenta de cuánto echaba de menos montar. Su tío le había ofrecido la carreta, pero Alfonso había dejado bien claro que no quería que montase a caballo y, para él, sentarse en un carro tirado por caballos, era prácticamente lo mismo.

Anahí sonrió para sus adentros, preguntándose cómo se subiría él a un caballo. Las pocas veces que había estado allí, se había quedado en la casa, y sólo se había aventurado una vez en el granero. Aquel sería un buen momento para que aprendiera a montar, ya que Anahí esperaba poder enseñar a los gemelos tan pronto como fuera posible. Sobre todo porque esperaba pasar más tiempo allí una vez que hubiesen nacido, ya que quería que crecieran con sus primos.

Anahí resistió la tentación de frotarse las manos con regocijo ante la idea de mostrar a Alfonso una parte de su vida que nunca antes había experimentado. Aunque no se oponía al trabajo duro, pasar varias horas sobre una silla de montar era mucho más agotador que todas las horas que metía en la oficina.

*****

El viernes por la mañana, Alfonso estaba finalizando la última de sus reuniones, satisfecho con la llegada del buque de carga a Nueva Jersey sin ningún problema por parte del gobierno. Su equipo había procesado el producto de su cliente a través de la aduana, y él estaba listo para viajar al rancho de su suegro, sabiendo que todo había salido bien.

Al meter el portátil en la bolsa, sonrió recordando las constantes bromas de su personal sobre que California central no estaba en mitad de la nada, y dado que Anahí se había puesto en contacto con ellos en más de una ocasión, era obvio que tenía acceso a internet. Tras mirar alrededor de la oficina para asegurarse de que no se olvidaba nada, se despidió de su asistente que le recordó que tenía menos de cuatro horas de viaje por delante, y que, en caso de emergencia, había suficiente espacio para un helicóptero.

Aunque sólo había estado en el rancho un par de veces, había conseguido permanecer lejos de los animales - algo que Anahí había amenazado con que estaba a punto de cambiar. No tenía ningún deseo de subirse a un caballo. La última vez que vio a Anahí a caballo, le había parecido que era fácil, pero como no había crecido con animales de ningún tipo, la idea de montar sobre uno le ponía nervioso.

Poniéndose la bolsa al hombro, fue a ver a Ivan, quien, una vez más, prometió mantenerlo al tanto de cualquier problema y le aseguró que, en caso de que fuera necesario, les sacaría del rancho por vía aérea.

Alfonso se despidió de su jefe de seguridad, y se alejó tratando de sacudirse de encima una sensación de peligro inminente. Aunque adoraba a su esposa y la echaba muchísimo de menos, cuanto más pensaba en montar a caballo, más miedo tenía.

La Familia Del Millonario | Anahí y Alfonso Herrera | Donde viven las historias. Descúbrelo ahora