8.Como hicimos el amor.

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Di unos golpecitos suaves en el cristal de la ventana. Mi corazón latía desbocado. No había razón para temer; entonces, ¿por qué me sentía tan asustado?

La respuesta era simple: el miedo y el deseo se enredaban en mi mente, engañándome a cada paso. No podía distinguir entre el anhelo de que abriera la ventana y el deseo de que simplemente me hubiera dejado plantado.

Mientras llamaba al cristal, escuché un movimiento dentro de la habitación, como si alguien buscara sus zapatillas. Luego, una luz tenue se encendió. Recordé aquella lámpara que compré en Oxford con mi padre, en una tarde fresca de primavera. La habitación del hotel era oscura, y él había bajado al vestíbulo, regresando con la noticia de que había una tienda abierta las veinticuatro horas a la vuelta de la esquina.

—Mi amor,casi iba a tu habitación solo —dijo Juanjo, mientras yo me movía nervioso en la habitación—Pensé que ya te habías preparado para meterme en la cama, entonces...

—¿Crees que cambiaría de idea? Por supuesto que quería que fueras—respondí, intentando sonar más seguro de lo que me sentía.

Lo observé divagar torpemente, esperando una tormenta de ironías, pero en su lugar, me recibió con excusas, como si se disculpara por no haber traído mejores galletas para el té.

Entré en mi antigua habitación y un olor a tabaco me envolvió. Al principio no podía identificarlo, pero luego me di cuenta . Había estado sentado en la cama, y un cenicero medio lleno reposaba sobre la almohada.

—Entra cariño —me dijo, cerrando las puertaventanas tras de mí. Me quedé de pie, paralizado, como si el frío del exterior me hubiera seguido.

Ambos hablábamos en susurros. Eso, pensé, era una buena señal.

—No tenía idea de que fumabas adentro —le dije, intentando romper el hielo.

—A veces —respondió, y se sentó en el centro de la cama.

—Estoy nervioso —admití, sin saber qué más decir.

—Yo también —reconoció, con una sonrisa que intentaba aliviar la tensión.

—Yo más que tú —bromeé, intentando hacer la situación más ligera.

Me pasó el cigarrillo, y aunque sabía que eso no resolvería mi ansiedad, era un intento de distraerme. Recordé cómo estuve a punto de abrazarlo en el balcón, pero me detuve, pensando que un abrazo después de haber estado tan distantes sería inapropiado. "¿Debería abrazarlo o no?", me preguntaba.

Ahora estaba dentro de la habitación, sentado en la cama, con las piernas cruzadas. Juanjo parecía más pequeño, más joven. Yo, por el contrario, me sentía torpe, de pie al lado de la cama, sin saber qué hacer con mis manos. Intenté mantenerlas a los lados, pero al final las metí en los bolsillos.

—Venga, siéntate —dijo él, rompiendo el silencio.

—¿Aquí? —pregunté, dudando si debía sentarme en una silla o junto a él.

Con cautela, me acerqué y me senté a un lado de el, asegurándome de que solo nuestras rodillas  se tocaran. No quería incomodarlo,ahora, en lugar de preocuparme por las distancias, sentí que el agua deslizante del escaparate de la floristería había arrastrado mi timidez.

Si soy estúpido, que así sea pensé. Así que, sin pensarlo más, acerqué mi mano a la suya y la toqué.

—¿Qué estás haciendo cariño? —me preguntó, curioso.

—Nada —respondí, aunque sabía que no era cierto. Sus dedos comenzaron a responder a mi toque, como si ambos estuviéramos en la misma sintonía.

Finalmente, me acerqué y lo abracé. Fue un abrazo tímido, casi infantil, pero esperaba que le transmitiera aceptación. No hubo respuesta inmediata.

Il battito del nostro amore || JuantinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora