𝕮𝖆𝖕í𝖙𝖚𝖑𝖔 10

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— ¿Qué tal un pez y una caña de pescar? Creo que va bastante bien con lo nuestro.

— Rebecca...

— Uhm... No, mejor no. ¡Ya sé! Una leona y una domadora de leonas. — Freen le dio un último golpe al saco antes de voltearse en dirección a la británica que yacía desnuda sobre la cama, tapada únicamente de la cintura para abajo por el edredón de pluma rosa, arqueó una ceja y se limpió el sudor de la frente.

— ¿Una leona y un domadora? ¿Y cuál se supone que eres tú?

— Hm... La leona obviamente. — Freen soltó una estruendosa carcajada, inclinándose hacia adelante y aferrándose a su sudado y desnudo abdomen. — Tengo la leve impresión que te estás riendo de mí.

La tailandesa dejó escapar las últimas bocanadas de aire entrecortado y se enderezó. Becky la observaba con sus mejillas ruborizadas y un pequeño puchero, tenía una expresión cansada y unas violáceas ojeras.

— Deberías estar durmiendo — le reprochó Freen.

— ¿Dormir? ¿Teniendo a mi dueña sudada y semidesnuda frente a mí? No lo creo. — La emperadora ladeó la cabeza y una sonrisa sutil se esbozó en su boca, comenzó a sacarse los guantes y caminó hasta la cama, inclinándose para quedar a una distancia mínima de su corderita.

Becky humedeció sus labios, a la espera del beso que estaba segura, Freen iba a darle, pero no fue así, la tailandesa apenas si rozó sus labios antes de deslizarse a su oído

— Eres una maldita adicta al sexo — le ronroneó, su voz ronca y sensual provocó un espasmo en la británica.

Con una sonrisa victoriosa, Freen se apartó, caminando hasta el lavamanos para lavar su cuerpo ya que no iba a ducharse puesto que las regaderas estaban cerradas, una maldita loca asesinó a tres reclusas dentro por lo que debían hacer una "investigación", todas sabían que era mentira y es que nadie daba un mísero centavo por aquellas almas podridas.

Becky permaneció en silencio unos segundos, acariciando el lóbulo de su oreja y con una expresión seria.

— ¡Una loba y una cordera! — Masculló chasqueando sus dedos, seguro de que había tenido la mejor idea del mundo.

Freen rodó los ojos y soltó un gruñido en respuesta.

— Rebecca, me estás comenzando a joder, ¿no puedes permanecer callada un maldito segundo?

— Podría, si me ayudaras, fuiste tú quien mencionó la idea de tatuarnos. — Salió de la cama y consciente de que Freen se comía con los ojos su cuerpo, comenzó a vestirse, las marcas de besos que se apreciaban abundantes, parecían estrellas de una constelación lujuriosa.

— No, yo dije que iba a marcarte con un tatuaje y tú fuiste la atrevida que salió con la idea de hacer lo mismo conmigo, algo que no ocurrirá, por cierto. — La británica chasqueó con la lengua, colocándose un pantalón perteneciente a Freen.

— Sería lindo — susurró para sí misma.

Ya habían transcurrido diez días desde que Freen volvió a ella, diez días que podían resumirse en una palabra; sexo.

Decir que Becky había sorprendido a Freen con su desbordado libido sería menguar la situación, sexo en la celda, contra la pared y en la cama, en su camerino personal y en el mismo salón de entrenamiento cuando se encontraban a solas, sexo en las regaderas donde fueron vistas por una reclusa que salió corriendo en un intento por resguardar su vida, sexo en la unidad médica cuando Becky quedó a cargo mientras el personal médico iba por algo de comer, en solo diez días Freen se sentía drenada, literalmente.

Prisionera // FreenbeckyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora