𝔼𝕡𝕚𝕝𝕠𝕘𝕠

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Becky estaba en cama, quizá un poco molesta y es que las caderas le dolían como un puto infierno, y su paseo a la playa había quedado pospuesto. Todo por la bestia que tenía por esposa. Leía un libro, acomodándose el marco de los lentes sobre la nariz y mirando de soslayo a Freen, quien dormía una siesta al lado suyo; acurrucada. Becky bufó con cariño, estirando una mano para acomodar un mechón que le caía a Freen sobre los ojos. Respiraba tranquila, completamente desnuda a excepción de unas bragas. Buscó los pies de Freen y cepilló los talones de esta con sus pequeños deditos. La brisa de la tarde entraba por la ventana abierta y si se ponía atención, se podía escuchar los zumbidos de pequeñas abejas recolectoras de polen a las afueras, seguramente degustando el néctar de sus amadas gardenias.

Finalmente lo tenía, aquello que tanto anheló durante su estancia en Camp Alderson. Tenía a su dueña y una vida con ella. Días llenos de alegrías, a veces peleas y lágrimas. Noches de besos y caricias suaves. Y la amaba tanto, literalmente tanto que a veces dolía. Le era imposible no recordarlas veces que estuvo a punto de perder todo eso, las veces que intentó quitarse la vida. Nunca podría agradecerle lo suficiente a su madre y Minerva, aquella familia que dejó en Los Ángeles cuando volvió a los brazos de Sarocha. Algún día volvería a ellas, con Freen tomando su mano. Cuando fuera el momento. Cuando se sintiera bien. Cuando los días malos dejaran de aparecer...

Ni siquiera entendía porqué le ocurría. Investigó al respecto y pensó en ver a un psicólogo, sin embargo, no se sentía preparada para hablar de eso tampoco. No podía hablar de cómo algunas mañanas despertaba desorientada, sin ser consciente de lo que la rodeaba... Y ella solo se sentía tan ligera, tan adormilada. Era como un sueño, uno frío que no le permitía pensar con claridad.

Y entonces todo volvía a ella, recuerdos dolorosos.

Su época en Camp Alderson, las cosas que vio ahí, los bramidos de las reclusas, el frío, el hambre, las peleas, la separación con Sarocha, la carta de Dong Gun Chankimha. Sus manos cubiertas de sangre... Ella hundiéndose. Sombras y voces que le gritaban "¡Esto no es real, Rebecca! Sarocha te dejó, ¿recuerdas? Ella se fue y murió". De esa forma todo se volvía borroso y espeso. Le costaba hablar y respirar, su piel picaba y solo podía pensar en alejarse, en correr, sin embargo, sus piernas apenas si podían mantenerla en pie. Pero Freen siempre la sacaba de aquel submundo que la atrapaba. Freen siempre estaba ahí para ella, para llevarla de vuelta y besar sus labios; prometiéndole que todo estaría bien. Becky creía en ella, no podía ser de otra forma. Por eso estaba esperando, estaba aprendiendo a lidiar con su pasado, para disfrutar el glorioso presente.

Esa era la razón por la cual no había vuelto a ejercer como médico de manera permanente. Porque necesitaba ese tiempo para ella, para conocer a Freen y conocer lo que ambas estaban formando. Su vocación prevalecería férrea al paso del tiempo, de eso estaba segura. Así que podía hacerlo, podía ser egoísta una vez más. Cerró el libro y se acomodó de costado, con su cabeza reposando sobre sus manos aplanadas entre ellas. Miraba a Freen dormir a su lado. Estaba tan nerviosa que apenas si podía respirar. Sonrió y se acercó con cuidado para besar la punta de su nariz. Tan ensimismada se encontraba, deleitándose con cada respiración de Freen, que dio un brinco al escuchar una conocida melodía. Giró su rostro y antes de que pudiera sentarse para buscar la fuente de aquella canción, Freen tomó su brazo y la detuvo.

— Es para mí — le dijo, sin amago alguno de calidez.

Becky vio la tensión en el rostro de la tailandesa. Sus facciones contraídas con amargura.

— Bien.

Observó en silencio como Freen se levantaba de la cama y caminaba hasta la cómoda donde guardaba aquel móvil, el único nexo que mantenían con su pasado. El corazón le pulsaba con fuerza y sus manos se apretaban al edredón de la cama.

Prisionera // FreenbeckyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora