𝔼𝕡𝕚𝕝𝕠𝕘𝕠

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Era de esas mañanas, cuando tanteaba la cama y estaba demasiado frío, aquello indicaba que llevaba bastante tiempo sola entre las sábanas. Lo odiaba. Se levantó maldiciendo por lo bajo, frotando sus ojos con los dedos pulgar e índice de una mano. Sentía la garganta seca y un leve dolor de cabeza. Buscó con la mirada sus zapatillas de dormir, aquellas que Becky la obligaba a tener para que no caminara descalza por la casa.

Sí, a veces Rebecca podía ser un grano en la vagina, y por a veces era prácticamente la mayor parte del tiempo. Lo cual, de acuerdo, podía hacer que Freen quisiera ponerle un tapón en la boca; no lo hacía, pero la idea parecía cada vez más tentadora, como cuando Becky la sermoneó durante tres horas por haber manchado su sofá color cappuccino con salsa barbacoa.

Abrió las cortinas y tuvo que parpadear reiteradas veces para acostumbrarse a la luz ya que era un día malditamente soleado. Siendo honesta, ya se había acostumbrado. Ni siquiera podía imaginarse viviendo nuevamente bajo un cielo gris y pisando tierra húmeda por el frío. Freen había aprendido a odiar el frío. Respiró profundamente al abrir la ventana, el aroma de las malditas gardenias que debía regar cada tarde a las seis con treinta minutos, por órdenes de Becky, llegó gratamente a sus fosas nasales. Jamás admitiría que le gustaba el aroma de aquellas diabólicas flores.

Salió de la habitación principal, de aquel aposento que tenía el perfume de Becky en las sábanas de la cama, que tenía una chueca repisa de pared con algunas fotos enmarcadas. De paredes que Freen insistía eran blancas y Becky gritaba, como si fuera la peor ofensa, que eran de color crema de nieve. Buscó rápidamente en la pequeña y rústica cocina, frunciendo el ceño al ver la cafetera encendida. Se suponía que Becky dejaría de beber café, se lo había prometido. Salió al jardín trasero, a ese pequeño paraíso de árboles frutales donde Freen había armado un magnífico set campestre, a sus ojos, para que pudieran pasar sus tardes recostadas en cómodos y grandes sofás de exterior bajo la sombra de los árboles. Vio a Becky acurrucada en sí misma, con la mirada perdida y una taza cerca de sus labios. Tenía sus piernas recogidas y los labios levemente morados, lo que implicaba, llevaba demasiado tiempo en el jardín, seguramente desde la madrugada. Curvas suaves, pies descalzos y su piel reflejando con soberbia los rayos del sol. Sus ojos vagaban en algún punto del suelo. Llevaba una de las sudaderas de Freen y una simple braga, sin ser consciente de cuan vulnerable se veía al usar la ropa de la tailandesa.

Freen caminó pausadamente hacía Becky, no dijo nada. Algunas veces era así, no había sido todo un cuento de hadas desde su reencuentro, distaba bastante de serlo. La libertad tuvo un enorme precio, uno que no pagó solamente Freen, y había días malos, días donde Becky no podía con los recuerdos de aquellos meses donde pensó que Freen estaba muerta. Y despertaba, sintiéndose perdida, temiendo del mundo. Buscando apartarse, sin percatarse de cuanto lastimaba a Freen con eso. Por lo general estaban bien, debían estarlo. Ya había pasado un año desde que se hubieron reencontrado en La Digue, un año que llevaban viviendo en aquella isla de clima y paisaje soñado. No había sido tan difícil para Becky lograr aquel cambio en su vida sin levantar sospechas, no con Kim Jennie cubriéndole la espalda.

Oh sí, la maldita rubia hija de puta.

Jennie a quien Freen no había vuelto a ver desde que mataron al último socio de Dong Gun Chankimha. En realidad, Alessandro mencionó algo de caipiriñas en el caribe junto a Lalisa.

¿Cómo era que la puta de su hermana había salido de prisión? Freen no tenía idea y Alessandro se negaba a darle detalles.

Algunas veces ocultar cosas de quienes amas es la única manera de protegerlos. Y con ellas ocultas, protegidas, todo transcurría con una deliciosa y peligrosa calma, con el conocimiento de que en cualquier momento su teléfono sonaría y le avisaría que el momento del último golpe había llegado. La consumación del plan maestro de Ivanov contra Dong Gun Chankimha; aquel designio que llevaba a Freen a disparar una última vez.

Prisionera // FreenbeckyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora