Prólogo

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Sozin odiaba las fiestas, y ésta no era una excepción. Como Príncipe Heredero de la Nación del Fuego, sabía guardar las apariencias y fingir que se lo estaba pasando bien, pero le resultaba más difícil de lo habitual mantener la sonrisa en su rostro u ocultar la falsedad tras su risa forzada mientras se mezclaba con los trepadores sociales y aduladores que se arrastraban por los jardines del Palacio Real para las festividades de esta noche.

Después de todo, ¿qué había que celebrar? Claro, la Nación del Fuego tenía su primer Avatar en siglos, pero lo único que significaba para Sozin en aquel momento era que su mejor amigo se marchaba por la mañana.

Se retiró de la conversación con la más mínima excusa y se alejó, pasando por debajo de los farolillos de papel rojo mientras caminaba por los abarrotados jardines, esquivando conversaciones y devolviendo los saludos con la más leve de las inclinaciones de cabeza. Sus padres, el Señor del Fuego Taiso y la Dama Hazei, estaban sentados en la mesa principal celebrando la corte. Su hermana, la princesa Zeisan, estaba en el borde del estanque de las tortugas, inmersa en una conversación con su tutora de ciencias, una esbelta mujer de piel morena nativa de la Isla Ember cuyo dardo de cuerda se rumoreaba que era tan agudo como su mente.

Sozin tomó una copa de ardiente vino de ciruela de la bandeja de un camarero que pasaba por allí, bebió un trago y se ahogó de tos cuando el vino le quemó la garganta al tragarlo.

Abandonó el resto de la bebida sobre la cabeza de una estatua de león tortuga, y se dirigió en dirección contraria a su familia. Deambuló por el jardín de esculturas y luego por el laberinto de setos antes de divisar por fin a Roku, bajo el antiguo ginkgo de montaña que se alzaba en medio del patio oriental. El jefe de un clan menor había acorralado al nuevo Avatar e intentaba presentarle a su hija, una niña de aspecto molesto que no tendría más de once o doce años.

Roku, que aún no había aprendido a enmascarar sus verdaderas emociones, estaba claro que tampoco quería estar allí, pero era demasiado educado y demasiado pasivo para librarse. Sozin tendría que ir a salvarlo.

- Disculpen. - Interrumpió Sozin. Debo robarles al avatar Roku un momento. El Señor del Fuego Taiso requiere su atención. -

- Por supuesto, mi príncipe. - dijo el hombre, inclinándose profundamente mientras el alivio bañaba el rostro de su hija.

- Ha sido un placer conocerlos, dijo Roku, y luego siguió a Sozin.

- ¿Alguna idea de lo que quiere tu padre? - Suspiro Sozin.

Su amigo siempre había sido demasiado confiado. Era un defecto que Sozin siempre le había parecido entrañable, pero ahora temía que pudiera poner a Roku en peligro algún día, dado su nuevo estatus.

- Oh -dijo Roku, cayendo en cuenta lentamente. - El Señor del Fuego no quiere verme... -

Sozin rodó su mirada, sonriendo. - Los fuegos artificiales están a punto de empezar. -

Llevó a Roku lejos de los festejos, más allá de los guardias reales, y hacia el palacio felizmente vacío. Sus pasos resonaron en los pasillos mientras se dirigían al nivel superior de la Torre Sur. Subieron por una escalera hasta el tejado mientras los primeros fuegos artificiales empezaban a estallar sobre la caldera.

Mientras contemplaban las explosiones de color sin hablar, la mente de Sozin se volvió hacia la reacción personal de su padre después de que los Sabios del fuego anunciaran que Roku era el avatar.

- Me decepciona que no seas tú, pero no me sorprende. - Le había dicho a Sozin el Señor del Fuego Taizo, quien ocultó bien el dolor. - Sin embargo, aún puedes ser de gran utilidad para nuestra nación. Cuida tu amistad como a un fuego, y luego aprende a doblegarlo a tu voluntad. -

Avatar: El Juicio De RokuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora