𝐗𝐕𝐈𝐈

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Sergio miró a Mango, su pequeño cachorro, que lo observaba con una mirada inocente mientras movía la colita con entusiasmo. Mango, con su pelaje esponjoso, parecía completamente ajeno al desastre que había causado. Al lado del cachorro, el suelo estaba cubierto de un reguero de pantano y tierra, dejando en claro que su adorable perrito había estado metido en algún lío.

Con el periódico en las manos y las mangas de su camisa arremangadas, Sergio mostraba algunos de sus tatuajes y las venas que sobresalían de sus antebrazos mientras fruncía el ceño, incapaz de creer el caos que tenía frente a él. Con la boca abierta, Sergio no sabía si reírse de la travesura de Mango o preocuparse por la limpieza que tenía por delante.

El perro, por su parte, seguía sentado, moviendo la colita como si nada hubiera pasado, esperando quizá una caricia o, mejor aún, un juego.

Aunque no fue así. Mango bajó las orejas, mirándolo con ojos llenos de culpa mientras Sergio lo regañaba. El pequeño cachorro parecía entender que había hecho algo mal, su colita dejó de moverse con entusiasmo y en su lugar, la mantuvo baja. Cuando intentó lamer la mano de su amo en un intento de reconciliación, recibió un pequeño golpecito en la cabeza, lo que hizo que se encogiera aún más.

─ Mira lo que hiciste, Mango. Así no, jugar así no,─ le decía Sergio mientras señalaba el reguero de tierra y pantano que cubría el suelo.─ Te descuidé por diez minutos mientras me despedía de tu mamá, tu mamá humana llevó a tu hermana humana para una de esas vacunas. Somos dos ahora, pero mira lo que haces,─ continuó Sergio, mientras agarraba una escoba, preparado para limpiar el desastre que Mango había dejado.

Mango lo observaba con ojos tristes, reconociendo que había cruzado la línea, pero no dejaba de intentar acercarse a Sergio, esperando algún tipo de perdón o señal de que todo estaría bien.

Sergio limpiaba el desastre en silencio, sus movimientos meticulosos y enfocados en recoger la tierra y el pantano esparcidos por el suelo. Aunque trataba de mantenerse serio, no podía evitar lanzar miradas furtivas hacia Mango, que ahora se había hecho una bolita, observándolo con esos ojos grandes y llenos de arrepentimiento.

Mierda, mierda, mierda.

El pequeño cachorro, consciente de que había cometido un error, permanecía quieto, sin atreverse a moverse ni un centímetro. Solo sus ojos seguían a Sergio, casi como si suplicara una señal de que estaba perdonado. A medida que Sergio continuaba con la limpieza, sintió una mezcla de ternura y frustración. Sabía que no podía resistirse por mucho tiempo a esa carita triste.

El mayor sabía que no podía estar enojado por dos cosas: Max se enojaría y esa carita de Mango, lo mataba. Finalmente, cuando terminó de limpiar, Sergio dejó escapar un suspiro profundo y se agachó al nivel de Mango, quien lo miraba con esperanza. Sin decir una palabra, extendió la mano y le dio una caricia en la cabeza. Mango levantó la mirada, sus ojos brillando con gratitud y, con un pequeño movimiento de su colita, se acercó para lamer la mano de su amo. Para luego mover más la colita rápido.

𝐍𝐔𝐄𝐒𝐓𝐑𝐎 𝐋𝐈𝐍𝐃𝐎 𝐁𝐄𝐁𝐄́Donde viven las historias. Descúbrelo ahora