capítulo 10

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Adivinos

Jadeite y Hayato estaban sentados frente a un tablero; las piezas del ajedrez tictaqueaban en el silencio, como si cada movimiento pesara más que una conversación

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Jadeite y Hayato estaban sentados frente a un tablero; las piezas del ajedrez tictaqueaban en el silencio, como si cada movimiento pesara más que una conversación. Hacía rato que jugaban, pero ninguno parecía totalmente concentrado en la partida: en el aire flotaba algo más que una simple competición.

-Crees que funcione tu plan -preguntó Hayato, clavando la mirada en su amigo. Jadeite apartó la vista, como si evitara admitir lo que pensaba.

-Espero que sí. Además dije cosas horribles a James -soltó Jadeite con sinceridad. La confesión interrumpió el ritmo del juego: Hayato dejó la mano en el peón y retiró el tablero de un gesto, como si aquello hubiera cambiado el tablero de otra manera.

-Presiento que él te va a tener en la mira y en cualquier momento piensa eliminarte. Debes tener cuidado -dijo Hayato, su voz cargada de preocupación.

-Lo sé, pero lo que venga debo enfrentarlo -respondió Jadeite, con el rostro tenso y la decisión marcada en la voz. Hayato miró a un punto fijo, pensando en las consecuencias.

-Jadeite, te propongo que si fracasas hagamos una alianza y así además decírselo a los demás, a excepción de los reyes -ofreció Hayato con seriedad, buscando una salida.

Jadeite asintió levemente.
-Lo tomaré en cuenta -dijo, y Hayato esbozó una leve sonrisa, como quien encuentra un respaldo en la incertidumbre.

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James se encontraba en una habitación que parecía hecha solo para él. Revisaba algunas cosas con meticulosidad hasta que su mirada se posó en el pizarrón: notas, recortes de fotos y hilos rojos que conectaban rostros y pistas. Entre las fotografías destacaban Saori Kido, Darién Chivan, Molly Osaka, Eradi Odayaka, Alma Sanz y otra chica. No solo buscaba información sobre posibles reencarnaciones; también intentaba localizar el paradero de los cristales.

-Saori Kido... estoy seguro de que oculta algo -murmuró James, repasando en su mente cómo los había conocido-. Y tú, Eradi Odayaka, pronto descubriré lo que escondes; se lamentarán por haberse metido conmigo.

Se obligó a reír entre dientes y se miró al espejo. La sonrisa que le devolvía el cristal era siniestra; sus ojos morados brillaban con un hambre contenida. Conocía el teatro de la vida: todos eran actores con máscaras que ocultaban penas y secretos, sonrisas que no mostraban el dolor. En ese escenario, su propio corazón ardía, disfrazado entre la multitud.

James sabía fingir como los demás: la apariencia de invulnerabilidad en un mundo frágil que puede romperse de un momento a otro. Sus palabras eran firmes en medio del silencio febril de la habitación.

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