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Ella era una mujer corriente, aunque poseía una belleza de realeza, ella pertenecía al estatus bajo de la sociedad. Había nacido en un barrio casi empobrecido de Isla Mema, no era de imaginar que su familia perteneciera a aquel rango, viviendo con lo poco que ganaban cantando en bares y eventos mal pagados. La familia Hofferson llevaban centenares de años en el arte de cantar y todos tenían un don para ello, es por ello que no llegaban a llenar el cuenco vacío de todas sus comidas, por mucho que trabajasen día y noche también. El canto no volvió rico a nadie, a no ser que fueses lo suficientemente famoso como para trabajar en la corte.

Astrid Hofferson era la cuarta hija de Ingrid y Sigrid Hofferson, la pareja se había conocido en un bar donde ella estaba trabajando como cantante a tiempo parcial. Él al verle se había enamorado a primera vista e hizo lo posible para enamorarla, y que lo hizo, después de un matrimonio exitoso trajeron a la vida a 5 mujeres preciosas. Tres de ellas habían concebido su matrimonio y comenzado a formar su propia familia con hombres con el mismo estatus o inferiores a ella.

A diferencia de ellas, Astrid se había negado a casarse por conveniencia y aunque su madre estaba a disgusto con aquella decisión, ella no cambió de opinión. Su madre dejó de insistirle parcialmente.

Era un mediodía como cualquier otro, su única hermana presente y sus padres se sentaron a su lado para comer en familia, como bien estaban acostumbrados. Se instaló un silencio incómodo tras haber estado discutiendo sobre el matrimonio, como era ya costumbre.

- Sabes que es por tú bien, la vida de tus hermanas han mejorado tras haberse casado - trató de convencerla su madre - tú también deberías gozar de una buena vida.
- Pero eso no es una buena vida. - protestó Astrid - No me casaré bajo ningún concepto.
- Una mujer soltera, es una mujer perdida en estas tierras.
- Pues me pudriré sola, entonces.

Astrid no le escuchó hablar más, se limitó a observar su plato de comida mientras le daba vueltas con su cuchara. Nunca le gustaba cuando su madre se comportaba así de mandona, sobre todo cuando se trataba de hablar de un próximo matrimonio. Como sus otras hermanas habían conseguido un buen hombre del que depender, su madre creía que ella también tenía que hacerlo.

Por suerte, su padre quien siempre era el que otorgaba el consentimiento a los matrimonios, estaba de su parte, solo hasta que sea convencido por su mujer de que debía casarse, pero dudaba que eso ocurriese pronto. Su padre era de lo más paciente. por eso cuando tenían estas discusiones, él permanecía de lo más callado.

El toque suave de la puerta despertó a Astrid de sus pensamientos y fue a abrir la vieja puerta de la entrada, provocando un chirrido espantoso. Cuál fue su sorpresa al encontrarse cara a cara con su hermana mayor y en sus brazos su hija más pequeña, que por su apariencia tendría apenas unos meses. A su lado se encontraba su marido con un aspecto desalineado y cansado, y en sus brazos a un niño de lo más revoltoso.

Su hermana mayor apenas aparecía por casa, solo lo hacía en fechas importantes o porque tenía algo importante que anunciar. Por ello siempre que aparecía no se mostraba cariñosa con ella, de cierta manera la culpaba a ella por ser la que impulsó a su madre a insistirle sobre el matrimonio. Como era de esperar sus otras hermanas mayores la obedecieron y encontraron a hombres encantadores, como ellas solían decir y su padre los acepto a todos.

Les dejá pasar apartándose de la puerta y en cuanto su madre la vio, se levantó desesperada y la abrazó tan fuerte como era posible, pareciendo que no se hubieran visto en años. Podría decirse que sus visitas eran tan apreciadas como el oro en la familia Hofferson y Astrid detestaba que apareciera, pues su madre engatusaba a su hermana para que viese lo bien que vivía casada, cuando ella sabía los problemas económicos y familiares que estaban pasando.

My LadyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora