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Astrid buscaba en su armario un vestido adecuado para la ocasión con la atenta mirada de su madre. No le gustaba que estuviera controlando como debía o no vestir, pero su madre le aconsejaba de aquello para ir a las cenas y fiestas sociales que se organizaban. Porque así creía poder atraer a los hombres hacía ella, porque la imagen era importante para crear atracción.

Sacó varios vestidos sin muchas ganas y la madre se encargó de escoger la prenda perfecta. Eligió un vestido rojo pasional que le llegaba a la altura del suelo y resaltaba su figura. Cuando Astrid lo cogió en sus manos sabía el plan que tenía entre manos, su madre le susurro diciéndole que aquel vestido iba a encantarle.

Ella suspiró mientras la madre le sugería que debía hacer y decir en la cena para contentar a la familia. Su progenitora era buena estudiando la personalidad de los demás, por lo que no le costaba nada soltar toda la información que necesitaba saber. Astrid se vistió mientras escuchaba a su madre parlotear animadamente.

— Estás perfecta — le halago guiandola al espejo para que se viese — Mirate.

Cuando se vio en el espejo se sintió diferente llevando el vestido demasiado apretado, tan ajustado estaba que apenas podía respirar bien y hacía notorio su extrema delgadez por las hambrunas que pasaban muchas veces. Se sentía despreciable con ese aspecto y le daba lástima. No sabía en lo que su madre veía perfecto en aquella imagen, pero solo asintió con una sonrisa.

— Ahora irás a esa cena y cuando salgas de ella espero tener noticias de un compromiso — le susurro con un tono desafiante, mientras acariciaba el pelo rubio de su hija. — No lo pongas difícil.

Astrid trago saliva y se clavó las uñas en la palma de las manos a causa de la exasperación que sentía. Pero no podía levantarle la voz, por lo que trato de calmar sus nervios respirando hondo y asentír a lo que ella decía.

Bajó las escaleras incómoda, tratando de no pisarse la falda del vestido y contener el nudo que se le formaba en la garganta al recordar la advertencia que le había dado su madre. Cuando había bajado todas las escaleras restantes, su hermana la miraba impresionada como si le maravillará la oportunidad. Mientras que su padre solo asintió y besó con cariño la mejilla de la joven. Eso provocaba que tragara saliva con dificultad y se sintiera aún peor.

Antes de marcharse, miró atrás para despedir con un asentimiento de cabeza a su familia. Ellos sonrieron y su padre asintió para que se fuera. Reunió todas sus fuerzas y salió al exterior, conociendo cual era el siguiente paso que tenía que dar.

El camino a la casa de la familia Olsen no era muy largo, por lo que no tardaría mucho en llegar hasta ella. Es más, ya se encontraba en su puerta tras parar varios bloques de casas y buscar sin prisas su puerta. Tocó la puerta con delicadeza y esperó pacientemente a que le abrieran. Una mujer de edad adulta apareció en su campo de visión y forzando una sonrisa la saludó como correspondía. La mujer se apartó de la puerta para dejarla pasar y la rubia lo hizo sin mucha convicción.

Al observar la casa por dentro se sintió aún más incómoda, puesto que se notaba que venían de buena familia. Solo hacía falta ver la mesa llena de alimentos que ella no se podía permitir y que envidiaba. De solo mirarlo le rugían las tripas de hambre, no recordaba ningún día que hubiese podido cenar así.

— Pongase comoda — pidió la mujer que había abierto la puerta.

Astrid se sentó en la mesa donde le habían indicado que lo hiciera, quedando enfrente de quien ella creía que era el hijo. A simple vista parecía un hombre despreocupado y lleno de orgullo. Por como se sentaba en la mesa y esa sonrisa que tenía dibujada en su cara ella sabía que no podía casarse con un hombre así por mucho dinero o estatus social que tuviera.

My LadyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora