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Cuando llegó a su casa ya había amanecido y toda su familia presente se habían levantado de la cama. Se encontraban desayunando tranquilamente y charlando entre ellos. Su madre le observó entrar por la puerta y con la mano le indico que se sentara con ellos.

Astrid obedeció y se dejó caer en el asiento de al lado sin mucho interés en comer. Sus ojos cansados viajaron por el comedor analizando la comida que había sobre la mesa y no podía evitar acordarse del castaño que había hecho que comer juntos y mejor fueran posibles. Entre tanto, la familia reunida se rieron por un comentario gracioso que había soltado la hija pequeña y ella fingió sonreír para que no notaran el dolor que sentía en el pecho.

Se obligó a comer algo, pues sabía que se iba a arrepentir después si no lo hacía y mientras daba un bocado al pan caliente, escuchaba como conversaban animadamente sobre sucesos pasados. Ella no pronunció palabra alguna aunque le invitaban a hacerlo, solo se concentraba en sus pensamientos y comía extremadamente despacio.

— Astrid, ¿qué ocurre? — preguntó su hermana mayor preocupada por su expresión cansada y herida.

— Nada. — le resto importancia — Solo estoy cansada por el trabajo.

Aunque claro, esa excusa no era creíble para su hermana. Pero no iba a explicar nada a sabiendas de que toda la familia se percataría y su hermana lo comprendió por lo que no siguió insistiendo. Retomaron la conversación y ella aliviada se limitó a escuchar, mientras se alimentaba.

Terminaron de desayunar tiempo después, ayudaron a su madre a recoger todo de la mesa y a limpiar todos los utensilios utilizados. Lo hacían todo en equipo para que fuera más fácil y hablaban entre ellas entre tanto, como si no se les terminaran los temas de conversación. Como hace un rato, Astrid permaneció callada y únicamente se dedicaba a escuchar.

— Se dice que el príncipe ha sido avistado por estas tierras ayer — comentó su madre quien lo había escuchado de una amiga suya que conocía todos los cotilleos del barrio. — Entró al teatro y salió tiempo después con un aspecto derrotado.

— Eso es imposible — negó Astrid con la voz ahogada. — El príncipe nunca ha salido del castillo.

No se había percatado de que aquella tarde había aparecido sin su capa puesta, arriesgando su identidad solo para hacerle saber a ella que iba a irse a la guerra y despedirse con dolor por ello. Se le encogió el corazón por lo que había hecho y creyó no merecerselo.

— Tal vez haya abandonado su nido cansado de permanecer siempre entre cuatro paredes — pensó su hermana pequeña.

Pero eso ella ya lo sabía.

— Si, ellos hacen lo que les da la gana — afirmó su madre — Tienen todas las comodidades que quieran y siempre consiguen lo que quieren.

Astrid estuvo de acuerdo con ello hace un tiempo, pero ahora que conocía al príncipe sabía que no era así. Porque ella sabía que lo que él más quería no podía tenerlo, la libertad de ser tal como era, obligado a adaptarse a lo que los demás deseaban que fuera por el título que le perseguía desde su nacimiento. Por lo menos ella sí tenía aquella libertad, aunque no podía vivir cómodamente. Pero la persona más rica era aquel que vivía decidido a ser humilde con sí mismo y con los demás, aunque aquello implicase sacrificar algo que deseaba.

No opinó, pues no le salían las palabras para hacerlo y creía que no merecía la pena. Tuvo que apoyarse en la pared al sentir un ligero mareo y su hermana mayor al percatarse se puso a su lado y la sujetó por la espalda para que no se cayera.

Freya la separó de la pared con cuidado y la dirigió a las escaleras. Su rostro palideció por la sensación de que le fallaban las piernas y empezó a sudar sintiéndose acalorada. Se dió prisa y subió las escaleras lo más rápido que sus piernas le permitían.

My LadyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora