Cap.8

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Juanjo soltó la cintura de Martin al ver que ya podía mantenerse en pie y jugueteó con el cordón de uno de los pantalones de pijama que sostenía entre ambas manos, mientras pensaba en lo que su amiga acababa de decirle.

—No importa, dormiré en el sofá —dijo, con un tono que no admitía discusiones.

Denna, que estaba cerca, intercedió rápidamente. —Creo que es mejor que duermas con Martin, por si le pasa algo —dijo, su voz teñida de preocupación maternal.

Martin, medio adormilado y apoyado sobre una pared del comedor, murmuró casi sin abrir los ojos. —A mí no me importa que durmamos juntos...

Antes de que Juanjo pudiera protestar, Alex apareció con una sonrisa cálida y una bandeja en las manos. —Os he hecho un platito de pasta. Será mejor que comáis algo —anunció, depositando los platos sobre la mesa del comedor.

Después de que Denna le hiciera prometerle diez veces que, si pasaba algo, la llamaría y tras un montón de besitos de buenas noches, la pareja se fue hacia su dormitorio. El ambiente se quedó en una quietud casi palpable. Juanjo dejó ambos pijamas en una de las sillas del comedor y dejó que el suave aroma de la comida casera sobre la mesa llenara sus sentidos.

—Quédate aquí un momento, no te muevas— le dijo a Martin en un tono suave.

Colocó los platos sobre la mesa del salón, donde solo una lámpara cálida iluminaba tenuemente la estancia.

El salón tenía un aire acogedor, con estanterías llenas de libros, un sofá mullido y una mesa baja de madera oscura. La lámpara, colocada en una esquina, proyectaba sombras suaves sobre las paredes, creando un ambiente íntimo. Las paredes estaban decoradas con una colección ecléctica de arte, desde paisajes pintados a mano hasta fotografías en blanco y negro de lugares lejanos. El suelo estaba cubierto por una alfombra persa desgastada que añadía un toque de calidez al espacio. Las cortinas, de un suave tono crema, estaban parcialmente corridas, dejando pasar la luz tenue de las farolas de la calle que se mezclaba con la luz cálida de la lámpara.

En un rincón del salón, una planta de interior alta y frondosa añadía un toque de naturaleza, sus hojas proyectando sombras suaves que se movían ligeramente con la brisa nocturna que se colaba por una ventana entreabierta. Un viejo tocadiscos y una pila de vinilos descansaban en una esquina, testigos silenciosos de noches pasadas llenas de música y conversaciones.

Juanjo anduvo hasta la mesa del comedor que estaba a un par de metros debido a la unión del salón y el comedor en una sola estancia.

Posó una mano sobre la cadera de Martin y le ayudó a llegar hasta el salón. Una vez allí, se sentaron ambos sobre la mullida alfombra.

Sentados en el suelo, apoyados contra el sofá, la oscuridad les ofrecía una extraña comodidad. La conversación fluyó lentamente, con la incomodidad de dos almas que no se conocían lo suficiente.

—¿Qué tal estás? —preguntó Juanjo, rompiendo el silencio de nuevo, su voz apenas un susurro en la penumbra.

—Mejor —respondió Martin, su mirada fija en el plato.

Continuaron comiendo en silencio, hasta que Juanjo, de nuevo, sintió la necesidad de insistir. —De verdad, no me importa quedarme en el sofá.

Martin, con una expresión de vulnerabilidad que no solía mostrar, respondió sin levantar la vista. —Hoy prefiero dormir con alguien. No me siento seguro estando solo.

La pasta parecía ser una excusa para no hablar más, pero finalmente, Juanjo no pudo contenerse. —No deberías aceptar bebidas de desconocidos —observó, viendo que Martin no le respondía, por lo que se vio obligado a añadir algo más—. Eres una persona conocida, no sabes qué intenciones puede tener la gente.

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