I

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Marta se adentró en el jardín al atardecer, buscando en la tranquilidad la chispa que encendiera su inspiración.
Caminó despacio por el sendero de grava, dejando que el crujido bajo sus pies resonara en el silencio de la soledad.
El aire era cálido y suave, y el cielo empezaba a teñirse de tonos anaranjados y rosados. A su alrededor, las flores se mecían suavemente con la brisa, sus colores vibrantes llamando la atención de la rubia sin conseguir cautivarla del todo.

Se detuvo junto a un banco desgastado de madera y se sentó, apoyando el cuaderno en sus rodillas y sosteniendo el bolígrafo con dedos ansiosos. Miró a su alrededor, buscando en cada detalle una pista, una palabra, un verso que pudiera desencadenar la poesía que sentía atrapada en su interior.

Las mariposas revoloteaban entre los arbustos, y los pájaros cantaban melodías suaves desde las ramas altas de los árboles, pero nada de esto lograba despertar en Marta esa chispa creativa.

Suspiró y dejó caer el bolígrafo sobre el cuaderno, observando como las sombras crecían lentamente a su alrededor.
Sus pensamientos se arremolinaban en su mente, desordenados y confusos.

Cerró los ojos, tratando de sumergirse en el murmullo de la naturaleza, esperando que algo, cualquier cosa, rompiera el bloqueo que la mantenía estancada.

Pero el tiempo pasaba y las palabras no llegaban.

Marta abrió los ojos nuevamente y miró las páginas en blanco con una mezcla de frustración y tristeza. Se levantó del banco y comenzó a caminar de nuevo, con pasos más lentos y pesados.
El jardín, con toda su belleza y serenidad, no lograba ofrecerle esa inspiración que buscaba desesperadamente.

Finalmente, se detuvo frente a una fuente en el centro del jardín.
El agua burbujeaba alegremente, reflejando los últimos rayos de sol.
Marta se agachó y sumergió los dedos en el agua fresca, permitiendo que el frío calmara su mente por unos instantes.
Tal vez, pensó, la inspiración no se encuentra al buscarla frenéticamente, sino al dejarse llevar y permitir que llegue por si sola.

Con ese pensamiento en mente, cerró el cuaderno y decidió disfrutar del jardín sin expectativas, con la esperanza de que algo llegaría cuando menos lo esperaba.

La mujer de cabellos claros se levantó de la fuente, dejando que las gotas de agua se deslizaran por sus dedos.
Decidió continuar su paseo, esta vez sin presión de nada.
Caminó por un sendero bordeado de lavanda, inhalado profundamente el aroma dulce que llenaba el aire.

Entonces, a lo lejos, vió algo que llamó su atención. Una figura se movía entre los arbustos, destacando entre todas las flores.
Era una mujer aparentemente alta, de cabello castaño que caía por sus hombros, que vestía con una falda de girasoles que contrastaba perfectamente con el verde del entorno.
La muchacha caminaba con una gracia serena, su ropa ondeando suavemente con la brisa.

Marta se detuvo y observó a la mujer desde la distancia. Había algo hipnótico en su manera de moverse, como si estuviera en perfecta armonía con el jardín.

La castaña se acercó a un rosal y acarició sus pétalos con delicadeza, inclinándose para inhalar su fragancia.
Todo en ella irradiaba paz y una fuerte conexión con la naturaleza que Marta no había visto nunca.

Sin darse cuenta, la rubia sacó su cuaderno y bolígrafo. Las palabras comenzaron a fluir, inspiradas por la visión de aquella joven.
Escribió sobre la elegancia y la fuerza que veía en su porte, sobre la belleza y la fragilidad de los girasoles en el estampado de su falda.

Mientras escribía, la frustración y la tristeza se dispersaban, reemplazadas por mares de creatividad.

Marta se dejó llevar, sin preocuparse por la perfección de sus versos, simplemente guiada por la inspiración.

Cuando levantó la vista nuevamente, la mujer de la falda de girasoles había desaparecido, como si todo hubiera sido un espejismo.
Sin embargo, Marta no se sintió decepcionada; al contrario, se sentía agradecida. Aquella visión efímera le había dado justo lo que necesitaba: la chispa que logró encender su poesía.

La mujer sonrió, cerrando el cuaderno con una sensación de paz. El jardín, ya iluminado solamente por las farolas, le había dado un regalo inesperado.

LA MUJER DE LA FALDA DE GIRASOLES.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora