IX

758 78 3
                                    

Fina tomó aire profundamente antes de tocar el timbre de la puerta de Marta. Sabía la dirección porque había salido en algún tema de conversación entre ellas y varias veces, durante paseos nocturnos, la había acompañado hasta allí.
Segundos después, tras el sonido de unos pasos, Marta abrió y mantuvo una expresión de sorpresa.

-¡Fina!- exclamó, sin contener su emoción. -¿Qué haces por aquí?

Fina esbozó una pequeña sonrisa y elevó una bolsa frente a los ojos de su amiga.

-Bueno, es tu santo, ¿No? Pensé que sería buena idea celebrarlo.

La rubia relajó sus facciones y se hizo a un lado, dejando pasar a la otra mujer al interior de su casa.

-Gracias... Aunque te tengo que decir que no suelo celebrar los Santos de nadie.- dijo, cerrando la puerta y caminando detrás de Fina, hacia el salón.

-No, si yo tampoco. Pero me aburría en mi casa y pensé que sería buena idea traerte un regalito.

La menor le dió la bolsa a su amiga, esperando a que esta lo abriera e, ilusionada, lo hizo, encontrándose con una bolsa de bollos suizos, sus favoritos.

-Que detalle tan bonito, Fina.- agradeció, dándole un pequeño beso en cada mejilla. -No hacía falta.

-No es para tanto, al fin y al cabo es mi trabajo, soy la pastelera de tu pueblo, ¿Recuerdas?- preguntó, haciendo alusión claramente al poema que ayer había leído.

La mayor soltó una pequeña risa mientras ambas se sentaban junto a la otra en el sofá.

-¿Qué tal? ¿Te gustó?- preguntó Marta, quien estaba esperando una respuesta positiva.

-Todos tus poemas me encantan, tienes talento. Que pena que solo me enseñes unos pocos.

-Los que llegó a terminar.- explicó. -Entre el trabajo, cuidar mi casa, cuidarme a mí... No tengo demasiado tiempo.

-Yo tampoco.- concluyó Fina.

Ambas se quedaron en silencio, un silencio cómodo donde solamente la presencia de la contraria creaba un ambiente acogedor.
Si bien sentían que podían durar así toda la vida: en completo silencio, disfrutando las vistas hacia la otra mujer; También querían escuchar sus voces, aunque no hablaran de ningún tema muy importante.

-Tendríamos que cambiar eso.

-¿A qué te refieres?- preguntó la menor.

-Tendríamos que conseguir que todos los días fuesen como esta tarde. Una merienda rica, junto a la mejor compañía, es lo único que me hace olvidar el agobio de todo lo demás.

La castaña asintió, sintiendo un reconfortante calor en el pecho.

-La verdad, es que tienes toda la razón.- aceptó, riendo un poco.

Entonces, Marta se levantó rápidamente y, sin decir nada, se adentró en la habitación de enfrente, dejando a la menor un poco confundida.

-¿Qué haces, Marta?

-¿Te apetece una copa de vino?- preguntó, con un tono pícaro, sosteniendo la botella y dos copas.

-Creo que es un poco pronto, pero bueno, con tal de quedarme un ratito más, acepto.

La rubia fue la encargada de servir la bebida y de proponer un brindis.

-Y, ¿Qué celebramos?

-Pues, mi santo, obviamente.

Ambas rieron.

-Bueno, por tu santo y por más tiempo juntas.

-Me parece perfecto.

Y el tintineo de las copas sonó, junto a leves risas y miradas silenciosas que no necesitaban de palabras para comunicarse.

La tarde siguió fluyendo, al igual que las copas, porque detrás de una venía otra y otra y otra...
La risa se hizo más fácil, las historias más divertidas y sus miradas de amor más evidentes.

Al contrario de Fina, quien aguantaba bastante bien el alcohol, Marta empezaba a tambalearse al andar y a trabarse al hablar. Sin duda, iba mucho peor que su amiga.

-Deberíamos hacer esto más a menudo.- comentó, con un ligero tembleque de voz y sus mejillas sonrojadas.

-¿El Qué? ¿Emborracharte hasta qué pierdas el control en tus actos?- bromeó la menor.

-Yo siempre tengo el control.

-Me gustaría verlo.- retó.

-Ah, ¿Si?

Marta, con un leve movimiento, se acercó un poco más a la contraria, dejando sus piernas pegadas.
Fina, totalmente consciente de lo que estaba pasando e imaginándose lo que le seguía, decidió que no quería detenerlo.
Marta colocó una mano en su pierna y la otra en su mentón, obligándole a mantener sus miradas fijas entre ellas.

-Será mejor que no hagas nada si mañana no te acordarás de ello.- aconsejó la castaña.

-Me acordaré, seguro que lo haré.

Los mirada de Marta viajaba por todo su rostro hasta terminar el viaje en sus labios, rosados, con los cuales había estado fantaseando durante algunos días.
Se acercó un poquito más y, cuando quedaban a penas unos milímetros para unir sus bocas, Fina detuvo la situación.

El olor a alcohol de su aliento le hizo recordar que quizás su amiga no estaba en condiciones de tomar decisiones por ella misma, y lo que no quería era aprovecharse.

-Creo que por hoy ya está bien.- dijo, señalando a la ventana, que mostraba un oscuro cielo en mitad de la noche. -¿Quieres qué te ayude a ir a la cama?

Marta, descolocada, con la mirada ilusionada, no tuvo más remedio que asentir.

Con dificultad, llegaron al dormitorio, donde la mayor se recostó en su enorme cama y dejó que la contraria la arropara.

-Descansa, ¿Vale? Mañana nos vemos.- habló, caminando hacia la puerta.

-Por favor, no te vayas.- susurró la rubia, antes de que Fina se marchara. -Quédate conmigo esta noche.

La castaña se giró, viendo a través de la oscuridad de la noche, un par de ojos que la miraban tiernamente, suplicándole. Ella, conmovida pero algo dudosa, decidió acercarse y sentarse al lado de su amiga.

-No sé si debería...- murmuró, acariciando su cabello rubio.

-Por favor... No quiero estar sola.

El gran corazón de Fina se ablandó y, sin oportunidad de resistirse, suspiró y asintió.

-No te voy a dejar sola.

LA MUJER DE LA FALDA DE GIRASOLES.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora