XIV

701 66 1
                                    

Marta y Fina solían pasar las horas muertas en el pequeño jardín central de su ciudad. Sin embargo, un malentendido las había separado y el miedo, las inseguridades y los complejos habían sido los encargados de que pasarán más de un mes sin verse.

Una tarde, el sol brillaba con fuerza y el jardín estaba lleno de flores en plena floración. Marta llego allí y se sentó en su banco habitual, observando a los niños jugando a lo lejos y a los pájaros cantar.
Su mente estaba llena de recuerdos compartidos con Fina y, a pesar de todo, Marta ya no esperaba volver a ver a su amiga; la distancia y el tiempo le habían hecho perder la esperanza.
Sin embargo, había algo en lo más profundo de su corazón que se negaba a rendirse, un pequeño deseo que seguía esperando ver a esa mujer que correteaba entre los rosales con una falda de girasoles.

Pocos minutos después, la castaña apareció por el otro extremo del jardín. No llevaba una falda de estampado de flores, pero su vestido azul se ondeaba al ritmo del viento mientras ella caminaba.

Al verla, la rubia sintió un nudo en el estómago. La veía acercarse lentamente, como si estuviera dudando en si acercarse o no.

Al encontrarse sus miradas y dedicarse un par de sonrisas tranquilizadoras, supieron que el primer paso ya se había dado.

Fina se sentó en el banco, junto a Marta y, por unos momentos, el silencio fue su lenguaje, hasta que Marta lo rompió.

-Te he echado de menos.- dijo con un tono suave.

-Yo también.- contestó, mirándola con unos ojos que reflejaban el mismo sentimiento. -Ha sido un mes muy largo sin ti.

Ambas rieron nerviosamente, y esa risa fue la encargada de romper la tensión acumulada.
Comenzaron a hablar, primero de cosas triviales y luego de lo que realmente importaba.

-Fina, siento mucho todo lo que pasó.- se sinceró, con el corazón en un puño. -Si en algún momento te agobié, si fui demasiado insistente, lo siento.

-Marta, la culpa en verdad es mía. No te lo dije antes porque no sabía como, pero mi padre murió hace poco. He tenido tantas cosas en la cabeza... No podía concentrarme ni si quiera en mi misma, mucho menos en nosotras.

Marta, empática, sintió una punzada en el pecho y no tardó en acariciar la pierna de su amiga.

-Lo siento, Fina, lo siento tanto. No sabía que estabas pasando por eso. Deberías de habérmelo dicho.

-Lo sé, y me arrepiento de no haberlo hecho. No quiero que pienses que no me importas. De hecho, todo esto ha sido tan difícil porque... Marta, tu significas mucho para mí. Más de lo que te imaginas.- habló, dejando entrever sus verdaderos sentimientos después de una lucha interna entre ella y el miedo.

La menor, temblando, agarró suavemente la mano de la otra mujer, que aún reposaba en su pierna.

Marta, al escuchar que ambas sentían lo mismo, sintió una mezcla de alivio y alegría. No se contuvo y agarró fuertemente su mano, buscando que ambas estuvieran en un ambiente cómodo.

-Fina, ¿Te gustaría volver aquí esta noche? Podríamos hacer un picnic, cenar bajo las estrellas.

-Me encantaría.- respondió con una sonrisa que hacía tiempo no aparecía en su rostro.

El sol seguía brillando, pero ahora el jardín era mucho más hermoso que nunca.
Marta y Fina, sentadas juntas, se dieron cuenta del vínculo tan fuerte y profundo que las unía. Era un vínculo que ni el tiempo ni la distancia habían conseguido romper y que ahora iban a cuidar más que nunca.

Hablaron durante un tiempo, recompensado por todo el que había pasado, hasta que se despidieron, sólo para arreglarse y volver a encontrarse esa misma noche.

LA MUJER DE LA FALDA DE GIRASOLES.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora