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Fina condujo a Marta al interior de su pastelería, acogedora y cálida, con cierto aroma dulce que los bollos de la mañana dejaban en el local.

-¿Estás loca? ¿Qué hacías en la calle en medio de una tormenta como esta?- preguntó, más preocupada que enfadada.

-¿Esto es tuyo?

La castaña vió como su amiga, ajena al problema meteorológico, miraba el lugar, fascinada.

Marta estaba hipnotizada, como una niña, admirando la decoración tan moderna de la pastelería.

-Si, si. Pero no me cambies de tema.

-Nunca me has dicho que tienes una pastelería.- habló la mayor, ignorando la petición de la contraria.

-Supongo que se me ha olvidado.- contestó con indiferencia. -Aquí trabajo y en el piso de arriba vivo.

-¿Arriba está tú casa?

-Si, y es a donde vamos a ir para que entres en calor y te quites toda esa ropa empapada.

La menor agarró firme la mano de Marta y la dirigió hasta el interior de su hogar.
Abrió la puerta y entró segura, no como su amiga, quien prefirió tomarse su tiempo para apreciar el lugar.

Se sentía envuelta en una atmósfera calida y acogedora, mientras andaba por un pasillo adornado con estanterías llenas de libros y algún que otro cuadro.
Llegó al salón, donde un grande y afelpado sofá, con un par de cojines mullidos, la esperaba. También había una amplia alfombra y una pequeña mesita de madera, donde apenas cabían dos personas.

-No sé en que estabas pensando...- murmuró la menor, acercándose de nuevo a su amiga. -Puedes coger la ropa que quieras de mi armario y pegarte una ducha caliente, te ayudará.

-No quiero molestar, Fina, yo...- dijo, volviendo a sacar ese carácter tímido.

-Ni se te ocurra pensar que me molestas, porque no es así.

-Gracias.- soltó en apenas un susurro, con una leve sonrisa.

La rubia le dedicó unos minutos a disfrutar del agua caliente, casi ardiendo, que tanto apetecía después del frío que había pasado.
Al terminar, se vistió con una blusa y una falda que le había gustado de su amiga y salió de allí.

Fina, quien la esperaba con un vaso de té en la mano, no fue capaz de reaccionar al verla.

Pasó una rápida mirada por todo su cuerpo, admirándolo. Hasta que se dió cuenta de que esto la hacía ver muy invasiva y apartó la vista, algo sonrojada.

-Muchas gracias.- agradeció la mayor  tomando la bebida.

-Tienes muy buen gusto.- comentó, refiriéndose a la ropa, incapaz de callarse.

-Eso ya lo sé.- bromeó. -Mañana, si vienes al jardín, te la devolveré lavada, te lo prometo.

-Tranquila, no corre prisa.

Ambas mujeres se quedaron en silencio, mirándose, teniendo la impresión de que se perdían en la brillante mirada de la otra.
Hasta que Marta, segundos después, olfateó un olor extraño en el ambiente.

-¿Huele a lasaña?- preguntó, curiosa.

-Si, bueno, te iba a preguntar si ya habías cenado.

La rubia negó.

-Pues, si quieres, puedes quedarte a cenar y luego, cuando la lluvia cese, te puedo acercar a tu casa.

-Gracias, Fina, pero te estás tomando demasiadas molestias por mí.- habló, consumida por la vergüenza. -Mi casa está cerca, puedo irme ahora mismo y...

-Que mala que eres.

-¿Perdona?

A la mayor le descolocó el tono y la voz tan infantil que su amiga usó para formular aquella frase.

-¿Vas a rechazar una cena conmigo? Que mala eres.- dijo, con el mismo tono, claramente desde el humor.

Marta, dejándose llevar, con una pequeña carcajada, fue hacia el sofá, donde se sentó.

-Vale, me quedaré a cenar, pero a mi casa iré yo a pie.

-Me sirve.- contestó Fina, con una sonrisa victoriosa, perdiéndose en el interior de la cocina.

Esto, el ambiente tan acogedor con el que la recibían tanto su amiga como su casa y la cena tan animada que tuvieron después, hicieron que la caminata bajo la lluvia valiera la pena.

LA MUJER DE LA FALDA DE GIRASOLES.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora