IV

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La lluvia caía con furia, como si el cielo estuviera desahogando todos sus pesares. Las gotas golpeaban las hojas y el suelo, creando un sinfín de pequeños ríos que serpenteaban por el jardín.
En medio de ese diluvio, una figura solitaria corría, buscando refugio.

Era Marta, quien acabó bajo un gran roble que, con fuertes ramas y frondosas hojas, la protegían. Aunque, viendo su ropa chorreando y su cara empapada, eso ya no la salvaría del resfriado.

A pesar de todo, Marta sonrió, escuchando atentamente la melodía que se creaba cuando las gotas caían sobre las hojas de árbol. Era reconfortante para ella mirar el verde del jardín, ahora mojado por la lluvia, donde hacía semanas que compartía momentos con una muchacha.
No pudo evitar dibujar una sonrisa en su rostro al darse cuenta de que pasaba más tiempo allí que en su propia casa. Invertía horas y horas en ir ahí, con la esperanza de encontrarse a Fina un día más. Y, aunque no todos los días se veían, sus encuentros habían pasado a ser algo más frecuente. En ellos hablaban sobre poesía o cualquier cosa en realidad, mientras contemplaban el paisaje sentadas en un banco o dando un tranquilo paseo.

La rubia sentía como si un lazo de amistad se hubiera agarrado fuerte a ellas dos, cosa que le alegraba.

Ese día, a pesar de las advertencias del tiempo, decidió ir y probar suerte, con la esperanza de encontrarse con la castaña. Pero aquello ya parecía algo imposible, así que simplemente trazó otro plan que consistía en esperar a que la lluvia cesara para regresar a su casa.

●●●

Marta miraba al cielo, viendo como las nubes oscuras se acumulaban cada vez más. La lluvia no paraba desde hacía una hora, y tampoco tenía pinta de detenerse en la hora siguiente.

Con un suspiro pesado, decidió que era hora de marcharse a casa.

Sabía que el camino principal, el que siempre usaba, la dejaría aún más empapada; así que optó por una ruta alternativa.

Se adentró en una serie de calles estrechas y pasadizos, todos con techos lo suficientemente grandes poder para resguardarla.
Pasó por el mercado central y, a paso acelerado, zigzagueó entre puestos cerrados o que estaban siendo recogidos.

Luego, dobló una esquina y apareció en una estrecha galería comercial, con vitrinas que mostraban elegantes escaparates de cualquier producto que pudieses imaginar. Lo malo de eso, es que Marta no lo había visto en su vida, señal de que no sabía donde se encontraba. Se había perdido.

El lugar estaba completamente desierto y lo único que se escuchaba eran sus pasos resonando en el mármol de la acera.

La rubia resopló, no podría preguntar a nadie la ubicación, pero al menos estaba más protegida de la lluvia que bajo un árbol.

-¡Marta!

De repente escuchó como alguien la llamaba y, al girarse, vió a su amiga asomada por la puerta de una pastelería aparentemente cerrada.

-¡Ven, vamos!

Marta vió la lluvia intensa y luego a Fina, con una expresión de preocupación y unos ojos relucientes. Entonces, no se lo pensó mucho antes de correr hacia ella.

LA MUJER DE LA FALDA DE GIRASOLES.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora