NI DIOSES NI HOMBRES

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Ni dioses ni hombres.

La capital del imperio Kaztlan era la única en todo el mundo que albergaba a más cincuenta millones de personas, se había erigido tres mil años atrás y desde entonces se transformó en el corazón de un país continental.

Lo que la unión europea es lo para el mundo, pero con la unión firme de una familia real, la única que, a lo largo de la historia, que ha vivido por los intereses de la humanidad. Un poder militar sin igual, diez legiones de súper soldados, las flotas marítimas y aéreas más masivas del planeta, así mismo un poder espacial que dejaba dos siglos en el pasado al resto del mundo.

Sin quererlo, aquel país que se erigía sobre toda una capa continental, se transformó en la capital del mundo, y en su cima, llevando el linaje de los semi dioses antiguos en su sangre los príncipes de la humanidad se erigen.

Nacieron como el séptimo príncipe y la segunda princesa imperiales, mellizos rubios de incomparable hermosura, al principio se les llamo ángeles pero con el tiempo sobre pasaron aquello.

Rin Devon Kagamine y Len Devon Kagamine.

Los mellizos fueron desde el principio excepcionales, genios sin igual que se pusieron al nivel de la elite del imperio con tan solo cuatro años. Juntos ganaron el apoyo de ocho legiones y del ejército regular, así mismo el emperador les dio su visto bueno. A los diez años, se dieron a conocer como artistas sin igual regresando el arte moderno a la edad de oro, cosas como el "arte conceptual" desapareció casi por completo.

La música fue elevada a un nuevo nivel dejando lo comercial y enfocándose en sus raíces.

Tal fue la presión que aquellos niños podían lograr que gigantescos conglomerados económicos dieran un paso atrás para agachar la cabeza ante ellos, ni siquiera los nobles más antiguos fueron capaces de oponérseles.

Y sin embargo, se sentían lejanos a ese mundo agrietado. Tanto poder en sus manos, con solo una palabra podían paralizar la cadena de suministros, con una orden eran capaces de romper el estatus quo, con recitar un hechizo podían destruir el mundo que habitaban.

Para su suerte se tenían así mismos, Len y Rin habían llegado a un mundo que se les quedaba corto, pero al menos, podían entenderse entre ellos. Aquello cobro gran importancia cuando en su inocencia, descubrieron el amor.

Cosas vánales como compartir el baño, desayunar juntos, entrenar juntos, pese a la distancia que sus vidas de vez en cuando tomaban, se volvieron inseparables.

—¿Qué opinas, no es hermoso?

La voz suave de Len tranquilizó el corazón nublado de Rin. Habían tomado unas pequeñas vacaciones y se hallaban en el golfo caribeñal, ambos necesitan un poco de distancia del mundo por lo que el chico optó por raptar a su hermana en un viaje improvisado.

Algo que para su agrado, salió bien.

Aquel hotel en el que se hospedaban era uno de los pocos que le pertenecía a uno de sus conocidos más humildes, alguien que mentiría al propio dios si los pequeños se lo pedían.

Seguros entonces, Len envolvió sus brazos al rededor del fino abdomen de Rin y respiró su aroma. La pequeña rubia sintió su corazón latir a un ritmo alocado, pero a su vez, los pensamientos en su cabeza desaparecieron.

En ropa interior, las feromonas que solo sus cuerpos exudaban y reconocían flotaron por el aire. Era una de sus particularidades, habían nacido con órganos extraños, cosas que el resto de humanos no tenían.

—Lo es.

Dijo finalmente la niña quien por fin tranquila, relajo su cuerpo. La intimidad que compartían era un secreto que solo ellos conocían, no era extraño que la gente cuchicheara sobre su lazo único pero resultaba irónico desde su perspectiva, que al final de todo, no estuvieran tan equivocados.

Las delicadas manos de Rin envolvieron las de Len, la guío hasta su pecho en dónde se hallaba su corazón.

—Pareces más tranquila ¿Quieres hablar de ello?

—No lo sé...

Len sabía que desde hace un tiempo atrás, el emperador se había dado cuenta de la relación que aquellos gemelos compartían, tal fue su sorpresa que intento separarlos pero no le fue posible, aunque era el soberano absoluto del imperio los niños habían acumulado tanto poder que ninguno de sus medios resultó efectivo.

Pese a lo mucho que los amaba, él era consiente de una profecía y tenía que se cumpliera, tenía que sus más amados hijos, ascendieran a dioses.

—No te preocupes, sabes que sin importar que, te acompañaré hasta el final, incluso si tenemos que dejar todo atrás —dijo Len dándole la vuelta.

—Len... —Rin llevo sus brazos al cuello del niño, embriagada por el aroma.

—Puedes confiar en mí.

Compartieron un beso carente de lujuria, aunque pegaron sus semi desnudos cuerpos, todo lo que deseaban era sentirse cerca.

No soportaban la idea de estar lejos pero era inevitable, habían cumplido catorce años y después de una gran fiesta, el emperador había anunciado sus matrimonios con personas que ni siquiera conocían.

Se sentían heridos pero comprendían que el resto del mundo no era como ellos.

¿Cómo podrían serlo? Ante los ojos de la humanidad, ellos estaban más cerca de ser dioses que hombres.

Compartieron sus almas en un abrazo que duro horas hasta que por fin, tuvieron que separarse pues el medio día había llegado y el mar relucía con un brillo propio del más solemne.

Caminaron por la playa, desértica al ser privada pero llena de puestos cuyos dueños se hallaban fascinados por la sola presencia de los mellizos.

Aquella era su magia, la más sagrada de las bendiciones pero el mayor pesar de sus vidas.

—¡Oye! ¿Recuerdas como derrotaron a aquel orco marino? —pregunto Len con una sonrisa, había estado mirando el mar y su profundidad.

—¡Ah! Esa cosa, creo que le dispararon un torpedo de vacío, le volaron la cabeza y el capitán grito "¡Me arrojaron esa bestia!" —respondió con una risita.

Ahora en trajes de baño, jugaron como niños en toda la orilla de la playa, un espectáculo que de alguna manera hizo que el corazón de los observadores lejanos se calentara al evocar sus recuerdos más lindos.

Pero, ya sea el destino o la inevitabilidad del destino, tres grandes buques de guerra aparecieron en el horizonte. Los mellizos observaron curiosos como una flota de aviones y helicópteros sitiaban la zona. Sobre la tierra de entre los bosques, gigantes en armaduras de placa aparecieron como una tormenta en calma.

Era la legión de los trovadores, y para su sorpresa, el capitán Magnus descendió desde la altura para arrodillarse frente a ellos.

—Mis señores, es un placer volver a verlos —dijo Magnus con voz firme.

—!¿Magnus?! Que hacen aquí —dijo Len sacando un par de batas de su inventario.

—Se nos ordenó sitiar la zona y recibir a los viajeros, parece que la gran tormenta del mar a desaparecido.

Len tapó a Rin con una de las batas y después se quedó en silencio, aquella anomalía había separado al continente del resto del mundo por milenios, que por fin hubiese desaparecido no auguraba nada bueno.

Aunque Len quería preguntar todos los detalles observo como los buques escoltaban a tres pequeñas embarcaciones, similares s las que los nativos de las islas exteriores usaban en el pasado.

Fueron escoltados al hotel y resguardados por cien de los mejores guerreros del imperio.

Desde lo alto del hotel, abrazados en espera, observaron como personas de diferente etnia y color de pie, bajaban de las primitivas embarcaciones.

Sus corazones latieron al darse cuenta de que el mundo se había expandido de golpe y ahora, podrían conocerlo en plenitud.

Mensaje a los cielosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora