Freen no puede sentir

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POV FREEN.

Lunes. 8:50.

Como cada día está apoyada en la pared esperando a que sean las 9 para entrar. Me fascina la manera en la que sujeta el cigarro, con tanto descuido, entre esos dedos tan largos y elegantes. Me fascinan sus manos. Podría dibujar de memoria el tatuaje que nace en su mano y se enreda con descaro por su brazo. Podría dibujarla a ella. No debo dibujarla. No lo haré.

Cuando llego a la puerta la miro. Agradezco llevar las gafas para que no pueda ver lo que dicen mis ojos cuando la veo.

No voy a dejar que lo veas nunca Rebecca. No puedo.

Ojalá dejara de mirarme así. Me lo pone todo mucho más difícil. No le digo nada y voy hacia el ascensor. Me repito tantas veces que no debo mirarla. Pero lo hago. Y pienso que es injusto que sea tan guapa. No es guapa. Es preciosa. Toda ella. El pensamiento me arranca una pequeña sonrisa y las puertas del ascensor se cierran frente a mi.

Viernes. 11:00.

Sé que tengo que ir a hablar con ella. Tengo que entregarle mi parte del informe. Pero es que me cuesta tanto mirarla. Es tan difícil. ¿Por qué tiene que ser tan complicado?

Me duele la cabeza. Mis migrañas están empeorando. Creo que es por ella. Estoy agotada. No me quedan fuerzas para mantenerme lejos y aún así lo sigo intentando.

Me levanto y cruzo la puerta de mi oficina para llegar hasta la suya. Lleno mis pulmones de aire antes de tocar a su puerta, y me recuerdo que no puedo mirarla mucho. Si no la miro durante mucho tiempo puedo controlarlo.

No te puedo mirar Rebecca.

Cuando me acerco a su mesa ya puedo notarlo. ¿Cómo puede oler así? Creo que no es perfume. Creo que es ella. Su olor me marea, me deja débil. Su olor me gusta demasiado.

Le hablo del informe que tenemos que entregar en unas horas. No la miro. Me inclino sobre su escritorio para concentrarme en las hojas que tengo delante. Pero noto que ella me está mirando.

Por dios Rebecca, tienes que dejar de mirarme así.

No puedo resistirme y la miro.

Por favor, tiene que dejar de ser así de guapa. Me fijo en su pelo. Tan claro como la nieve. Esos ojos son los culpables de mis migrañas. Por culpa de esos ojos el insomnio no tiene piedad conmigo. Bajo mis ojos por su nariz y me fijo en su pendiente. Se lo toca cuando está nerviosa o concentrada. Es un tic adorable.

Y sus labios. Sólo una mirada a sus labios me hacen desear arrancarle la ropa.

Arrancarle la ropa.

Me doy cuenta de que estoy inclinada sobre ella. Me retiro rápido. Tengo que salir de allí.

Y lo hago.

Viernes. 12:30.

De camino a la máquina de café me maldigo tantas veces que pierdo la cuenta. El dolor de cabeza de hoy me hace bajar la guardia. No sé por qué le he pedido que se tome un café conmigo. Pero es que estoy cansada. Y cuando la tengo cerca se me quita un poquito el dolor. El dolor me está agotando últimamente.

Intento concentrarme en la máquina. Le pregunto qué quiere, y quiere lo mismo que yo. Yo quiero tenerla a ella.

Quiero tenerla tanto, pero sé que no puedo.

Alargo mi brazo para darle el café y entonces ella me toca. No puede

tocarme. Mi cuerpo tiembla y sé que lo ha notado. Mierda. Todo es una mierda últimamente.

Sábado. 21:00.

Cruzo la puerta del restaurante y Rebecca es lo primero que veo. Al segundo me arrepiento de haber ido. No me viene bien verla también los sábados. En realidad no me viene bien verla nunca. Pero es lo único que quiero. Quiero poder mirarla cuando se me antoje. Mirarla hasta desgastarla.

Me tengo que conformar con darle dos besos. Su piel me aturde. Mis labios se quejan del leve roce con el que han tenido que conformarse. Noto como el enfado trepa por mis piernas. Estoy tan enfadada. Con ella, conmigo, con mi puta vida. Estoy enfadada con lo que siento por ella. Con lo que me ha obligado a sentir.

Cuando nos sentamos en la mesa la miro. Y ella me mira. Siempre me mira. Y le grito que estoy enfadada con el mundo. Lo que me habría gustado que mis brazos se enredasen en su cuello durante horas, durante semanas, durante meses.

Ella me mira sin entenderme. Yo entiendo que no me entienda. Dejo de mirarla y me concentro en la conversación de Heng.

Sábado. 3:00

No puedo soportarlo más. La visión de Rebecca con las manos enredadas en la cintura de esa tía me lleva provocando náuseas durante los últimos treinta minutos. Verla con la cabeza pegada en su cuello susurrándole en el oído me hace apretar los puños con tanta fuerza que las uñas se me clavan en las palmas de las manos. Tengo que salir de aquí.

Cojo mi chaqueta y mi bolso y salgo de la discoteca. Me apoyo en la primera pared que veo y enciendo un cigarro. La nicotina calma un poco mi cuerpo. Y sin darme cuenta está delante mía. Miro su cuerpo. Aquella prenda de ropa minúscula que es casi un sujetador me provoca mareos. Sus clavículas al descubierto. Sus brazos delgados. Ese tatuaje que cubre la parte superior de su brazo.

Está borracha. Y debe tener frío. Quiero darle mi chaqueta, no me gusta que tenga frío.

Cuando empieza a hablar las piernas me tiemblan. No puedo soportar que me acaricie con su voz. Está cabreada conmigo. Esa es mi intención. Quiero que siempre esté enfadada conmigo. No quiero que me mire. Me gusta demasiado.

Pero cuando me dice que me encanta que ella esté triste se me hiela el corazón. No tiene ni idea. Es justo lo contrario. Quiero evitar con todas mis fuerzas que esté triste por mi culpa.

Agarro su brazo para que deje de hablar. Y se me olvida todo. Se me olvida que no debo tocarla. Se me olvida que tengo que mantenerme lejos de ella. Se me olvida que no puedo dejar que sus ojos atrapen los míos.

Pero es tarde. Ya me ha atrapado. Y sus ojos tienen ese tono verdoso que sólo puedo ver cuando se enoja. O cuando se estresa. O cuando pierde la paciencia. Creo que las palabras han salido de mi boca. Mierda. Le he llamado Bec. Sólo le llamo Bec en mis pensamientos. Y cuando sueño con ella en esos pequeños momentos en los que consigo dormir.

Mírame | FreenBecky (adap)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora