Capítulo 12

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Tan imposible es avivar la lumbre con nieve,
como apagar el fuego del amor con palabras.

(William Shakespeare)

El sonido de un motor de alta gama resonó suavemente en el tranquilo y humilde vecindario donde vivía Katerina. Desde la ventana de su habitación, observó cómo un lujoso coche negro se detenía frente a su casa. Eldur estaba allí, esperándola. Su corazón dio un vuelco, y aunque había anticipado esta noche, una mezcla de emoción y nerviosismo la invadió.

Bajando las escaleras rápidamente, se encontró con su hermano menor, Diego, que se apoyaba en el marco de la puerta con una sonrisa burlona.

―Vaya, vaya, Katy. ¿Por fin tienes novio? –dijo Diego, el hermano menor de 16 años de Kat, con tono juguetón–. Y parece que tiene buen gusto en coches.

Katerina rodó los ojos, pero no pudo evitar sonreír ligeramente. Diego siempre había sido así, bromista y curioso. Javier y Clara, sus padres, se asomaron al pasillo, observando con expresiones de ligera sorpresa y aprobación.

―¿Vendrás a dormir? –preguntó Clara, con un tono protector pero comprensivo.

―No lo creo, mamá –respondió Katerina, tratando de sonar despreocupada, aunque sabía que la noche que le esperaba era crucial.

Clara simplemente le sonrió y asintió, contenta de ver a su hija salir y disfrutar de la vida social que tan poco frecuentaba.

―Diviértete, querida. Y usa protección. –Fue todo lo que dijo su padre, que no iba a entrometerse en la vida social de su hija, no ahora que ya era mayor y no después de tantos años de haberla visto sola.

―Puaj. –Hizo Diego, entornando los ojos.

Katerina, ruborizada por el comentario de su padre, salió de la casa, sintiendo el aire fresco de la noche acariciar su piel. Eldur bajó del coche, su figura alta y elegante destacando bajo la tenue luz de la calle. Le abrió la puerta del copiloto con una sonrisa que era a la vez tranquilizadora y enigmática.

El trayecto fue tranquilo, los dos estaban nerviosos, por lo que la conversación ligera eran temas banales como el clima o alguna serie o película que habían visto recientemente. Ambos evitaron, por el momento, el tema del ritual que se avecinaba, disfrutando de la simple compañía del otro.

Finalmente, llegaron a una cabaña junto a un lago, rodeada de árboles y con una vista impresionante del cielo nocturno. Eldur había planeado cuidadosamente este lugar, lejos de las miradas curiosas y de cualquier interrupción. El lago reflejaba las estrellas, creando un ambiente casi mágico.

―Es... increíble. –dijo Katerina, asombrada por la belleza del lugar.

―Quería un lugar donde pudiéramos estar solos, sin distracciones. –respondió, complacido con su reacción y tomando su mano con suavidad–. Tenemos mucho de qué hablar.

Entraron en la cabaña, donde una chimenea ya estaba encendida, llenando el espacio con un calor acogedor. Katerina se sentó en el sofá, con la chimenea crepitando suavemente a su lado, mientras Eldur preparaba un tentempié basado en varios quesos y una mesa de embutidos. Lo dispuso todo en una mesa baja, y sirvió dos copas de vino.

―Espero que te guste el vino –dijo, sentándose a su lado.

Katerina tomó la copa y dio un sorbo, notando los sabores ricos y complejos. La atmósfera se sentía íntima, casi irreal, con la luz del fuego proyectando sombras danzantes en las paredes de la cabaña.

―Es delicioso. Gracias por esto, Eldur –respondió ella, sintiéndose más relajada en su compañía.

―No sé... No sé cómo abordar el tema, todo esto es nuevo para mí también. Sé que todo esto es abrumador –comenzó, su voz cargada de preocupación–. El ritual de mañana... no es algo que se tome a la ligera. Puede cambiar muchas cosas.

Saga Asedrian: El Legado de Atrivia - Libro 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora