Año 350. En el vasto continente, se alzaba el reino de Belkur, cuyo imponente castillo dominaba el horizonte como una fortaleza que eclipsaba a todas las demás. Su mayor tesoro residía en las vastas extensiones de su territorio, que se extendían hasta el Sur de Fairies y el Este de Nanmin. Las murallas de esta fortaleza, construidas con rocas de inquebrantable dureza extraídas de las tierras sagradas del Norte, eran testigos de la inflexible tiranía que caracterizaba a Belkur. Las paredes, grisáceas y ásperas, se alzaban como gigantescas sombras bajo el cielo de la tarde, proyectando una atmósfera de inquietante dominio sobre el reino.
Esa noche, el reino se envolvía en un bullicioso festín para celebrar a la princesa Giselle, quien había obtenido un familiar animal, un signo de poder y prestigio en la familia real. En el jardín real, la fragancia dulce y embriagadora de las flores exóticas se entrelazaba con el murmullo relajante de la fuente central. Creaba un ambiente de elegancia serena, donde el frescor del agua y el aroma floral se mezclaban en una sinfonía de sofisticación.
Los familiares, esos seres que formaban un vínculo eterno con sus humanos, eran objetos de admiración y temido poder en la corte. En la celebración, estos animales exhibían su grandeza al lado de sus amos, mientras algunos animales salvajes, atraídos por la comida, merodeaban en las sombras, susurrando su presencia en la penumbra.
Giselle se observaba en un enorme espejo con un marco de cristal verde, la superficie del espejo reflejaba las luces parpadeantes de las velas que iluminaban el salón. Su vestido blanco como la nieve caía en delicadas ondas sobre el suelo. Su cabello oscuro, peinado liso a un costado, destacaba en el resplandor tenue de la sala. Mientras contemplaba su reflejo, una expresión de desagrado se dibujaba en su rostro, manifestando su descontento por el evento que se aproximaba. El eco de sus tacones resonaba en los pasillos de mármol mientras se dirigía hacia la puerta, donde los guardias, con sus armaduras relucientes, se inclinaban en reverencia y le abrían el paso hacia el jardín.
Al cruzar la puerta, Giselle enfrentó la mirada de la multitud. El sol de la tarde se filtraba a través de las frondosas ramas de los árboles, creando un mosaico de luz y sombra sobre el suelo del jardín, donde las jaulas de animales brillaban bajo el resplandor dorado. El bullicio de los invitados, el tintineo de copas de vino fino y el murmullo de las conversaciones se entremezclaban en el aire, mientras algunos miraban a Giselle con una mezcla de juicio y admiración. La princesa, consciente de las miradas sobre ella, se presentaba fingiendo una sonrisa, ocultando su verdadero sentir.
De repente, un lobo plateado irrumpió en la celebración, un ser tan raro que se creía extinto. La aparición del lobo provocó un tumulto de pánico; los invitados se dispersaron, y el lobo, ajeno a su presencia, se abalanzó sobre el cerdo rostizado, devorando la cena con un apetito feroz. El viento, cargado de un aroma salvaje y fresco, susurraba entre las hojas, añadiendo una melodía inquietante al caos.
Giselle fijó su mirada en los ojos rojos e intensos del lobo, un rojo que evocaba la sangre y el fuego. A pesar de su aspecto aterrador, un vínculo inesperado surgió entre ellos, un latido sincronizado en sus corazones. Los ojos de la princesa, profundos y azules como el océano nocturno, se encontraron con los del lobo, y en ese instante, comprendieron los sentimientos del otro.
La conexión que ambos sintieron reflejaba la soledad y el anhelo en sus espíritus. Al percibir la voz de Giselle en su mente, el lobo se apartó, dejando un halo de misterio en el aire.
Esa noche, Giselle decidió seguir al lobo, impulsada por una determinación inquebrantable. Con el corazón palpitante de emoción y un sentido de urgencia, tomó uno de los caballos del establo y se adentró en el bosque Ursid.
El rey Lucius observa desde la ventana de sus aposentos, viendo cómo su hija, montada en un caballo, se aleja del castillo. Su rostro se oscurece con enojo, y sus ojos, fríos y determinados, siguen el rastro de polvo levantado por las patas del caballo. El sonido de los cascos golpeando el suelo se mezcla con el murmullo del viento que atraviesa los jardines del castillo.
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La Princesa y el Lobo
FantasyEn el año 350, en el vasto continente dominado por el reino de Belkur, una fortaleza imponente y temida por su tiranía, se celebra una gran fiesta en honor a la princesa Giselle. La celebración marca un momento crucial, pues la princesa está destina...