Capítulo 12: Escape

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Dentro del segundo bloque, la celda contrastaba con las demás. Las paredes eran de metal oxidado, frías y ásperas al tacto, cubiertas de manchas y marcas que hablaban de años de abandono y desdén. El aire estaba cargado de una densa humedad que parecía emanar del suelo metálico y de las tuberías rotas en las esquinas. El olor a moho y descomposición impregnaba el ambiente, haciendo que cada respiración se sintiera como una lucha contra la putrefacción. Los susurros de los prisioneros reverberaban en el metal, creando un eco constante y opresivo que intensificaba la sensación de desesperanza. Las sombras proyectadas se expandian en las paredes metálicas parecían inmóviles, acentuando el ambiente sombrío y angustiante.

Lizett, con los ojos llenos de temor, le preguntó a Max en un susurro tembloroso que apenas podía contener.
 
—¿Quién de nosotros será el siguiente?—

El sonido de sus palabras se perdió en la oscuridad, devorado por la penumbra que los envolvía, como si el propio aire conspirara para mantenerlos en silencio. Max, con una expresión decidida que contrastaba con el entorno lúgubre, respondió.
 
—Deja de hablar tonterías. Tenemos que buscar la forma de huir de aquí.—

Cada palabra de Max era un rayo de esperanza en medio de la desolación. Sus ojos, firmes y llenos de resolución, se mantenían fijos en Lizett, intentando transmitirle la fuerza que él mismo trataba de conservar. Lizett se acercó con cuidado a la elfa herida, sintiendo el frío de la piel pálida y la fragilidad de su cuerpo. La preocupación se reflejaba en sus ojos verdosos, llenos de compasión y angustia por la situación. El sonido de su respiración entrecortada resonaba en el silencio de la celda.

Desde su rincón, Rosg emitió un susurro débil y apagado, como si su voz estuviera siendo arrastrada por un viento invisible.

—No se preocupen por mí.—

Su voz apenas era un murmullo en la penumbra, un eco de su propia debilidad que se desvanecía en el aire pesado. Krawser, con su postura rígida y su expresión severa, interrumpió el silencio. Su voz firme y autoritaria llenó la celda, chocando contra las paredes como un trueno. 

—Todos deberían cerrar la boca. Nadie escapa solo de esta celda.—

Sus palabras resonaron con la certeza de la realidad que los rodeaba, sin espacio para ilusiones ni esperanzas vanas. Los elfos, encorvados y con miradas abatidas, se resignaron a su destino sombrío, envueltos en la oscuridad y el desaliento. El silencio pesaba en el ambiente como un manto de desesperanza que los envolvía por completo, acompañado del leve goteo del agua desde el techo hacia el suelo de piedra.

Max, con sus ojos claros opacados por la oscuridad del cuarto metálico, se mantenía firme. Su postura erguida y su mirada determinada mostraban una chispa de esperanza en medio de la desolación. Lizett, con su cabello blanco iluminado por la tenue luz que se filtraba a través de la mirilla de la entrada, reflejaba la resignación y la tristeza que los envolvía. Su gesto preocupado y su mirada compasiva mostraban su preocupación por los demás, incluso en medio de su propia desesperanza.

Krawser, el elfo distinto a los demás, tenía el pelo oscuro y gafas doradas que reflejaban la escasa luz de la celda. Sus ojos irradiaban una luz de esperanza, una pequeña llama en la oscuridad que los rodeaba, como un faro en medio de la tormenta. La determinación de volver a ver a su amada era un rayo de luz en la penumbra.

Un silencio sepulcral cayó sobre ellos cuando escucharon los golpes en la puerta. Cada golpe resonaba con un eco de esperanza y temor, haciendo vibrar las paredes y los corazones de los prisioneros. Finalmente, la puerta azul cedió ante la fuerza de los golpes, cayendo con un estruendo que sacudió la celda.

Giselle entró con su forma bestial, su presencia imponente llenando el espacio. Su figura, mitad humana y mitad lobo, era aterradora a la vista; los prisioneros se encogieron, temerosos de su aspecto salvaje y poderoso. Pero Giselle no les prestó atención; su nariz captó un delicado aroma a rosas que la guiaba más allá de sus miedos. Siguió el rastro sin vacilar, sus ojos fijos en su objetivo.

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