Capítulo 12

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—Dios mío, Bella. Es... precioso —dije, asombrado.

—¿Verdad que sí? —asentí con la cabeza—. ¿Te gusta?

—¿Que si me gusta? Oh, dios. Me encanta, Bella. Esto es... es la mayor sorpresa que me han hecho en la vida —respondí, muy emocionado. Ella sonrió y yo la abracé. Me devolvió el abrazo.

Me acerqué, dando pequeños pasos, al piano que había en la sala. Caminé lentamente hasta donde el piano se encontraba, como si temiera que, si iba a una velocidad más rápida, me atrapara. Era obvio que no iba a hacerlo, no era más que un simple piano... Pero incluso tenía miedo de solo tocarlo. Sentía que ese piano era tan... frágil. Tenía miedo de romperlo, aunque estaba claro que no iba a pasar. Pero es que, aquello era tan importante para mí, que sentía que tenía que cuidarlo un montón y procurar que no se rompiera.

—Yo..., de pequeña lo tocaba. Y me encantaba.

—¿Tuviste un piano?

—Ajá. Es justo este, Harry. Y... la verdad es que no lo tocaba nada mal, ¿sabes?

—Bella, eso es increíble. Pero, yo no sé...

—Sé que no sabes tocarlo —me cortó—. Pero da igual, yo te voy a enseñar.

—¿Tú?

—Sí —enarcó una ceja—. ¿Qué pasa? ¿No te fías de mí?

—Por supuesto que sí, es solo que... no sé, Bells, no quiero molestarte también con esto. Sé que estás muy ocupada, y ahora que estás yendo a terapia y que las clases se han retomado..., lo estás todavía más. Es decir, puedo intentar aprender yo solo, si es mucha molestia para ti. De verdad, Bells, no te preocupes.

—Pero quiero hacerlo. Quiero enseñarte yo a tocar el piano —dijo, con una sonrisa.

—¿Estás segura? ¿No te va a quitar mucho tiempo?

—Qué va. Tan solo serán..., ¿cuatro horas por semana? ¿Te parece bien?

Asentí. Claro que me parecía bien. Incluso una sola me parecía bien. Me ofreció su mano, la cual acepté encantado, y me guió hasta que estuvimos los dos sentados en el taburete. Empezó a tocar en el piano una de sus canciones favoritas. Era ''I miss you, I'm sorry'' de Gracie Abrams. Estuve impresionado todo el rato, realmente tocaba muy bien. No, más que bien. Al final, acabó enseñándome a tocar también esa canción. Ella guiaba mis manos y mis dedos a cada tecla a la que debían ir. Yo simplemente las relajé, de manera que ella tuviera todo el control de estas. Al final, aunque no salió muy bien porque, obviamente, necesito práctica, estuvimos tocando entre los dos.

Como ya era octubre, y en septiembre habían empezado las clases, ambos estábamos repletos de exámenes y de deberes, así que apenas teníamos tiempo para quedar, otra vez. Al menos, disfrutamos el verano al máximo y pudimos estar casi todo el verano juntos. Sinceramente, había sido el mejor verano de mi vida. Además, decidimos hacer un álbum con todas las fotos que hicimos aquel verano con su cámara, para recordar siempre nuestras vacaciones de verano y lo magníficas que fueron para los dos.

Puesto que no quería que se agobiara mucho con tantas cosas, decidimos que tan solo daríamos clases de piano dos días a la semana. Los martes y los jueves iría a su casa, después de clases, durante dos horas para dar clases. Poco a poco, iba aprendiendo cada vez más —y mejor— a tocar el piano. Ella, por supuesto, lo tocaba muchísimo mejor que yo. Yo lo tocaba medianamente bien, y no podía estar más feliz. Sinceramente, siempre había sido mi sueño. Probablemente sea un sueño ridículo, pero era mi sueño, o uno de ellos, al menos. Aquel piano era totalmente de Bella, y me prometió que, cuando fuéramos a vivir juntos, sería nuestro. Lo cual era... fascinante. Poco a poco, las clases ya dejaron de hacer falta, puesto que ya había aprendido lo suficiente, según Bella.

Bajo la lluvia del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora