Me enamoré de la villana.
Sucedió cuando era una chica despistada.
Pero ella despiadadamente rompió mi corazón y lo atrapó en un frasco.
Desde entonces, juré odiarla hasta el fin de mis días.
Lalisa Manoban puede ser un demonio salvaje, pero yo esto...
❝ I can't help this awful energy Goddamn right, you should be scared of me Who is in control? ❞
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Mi vida gira en torno a líneas bien trazadas y patrones impecablemente conectados.
Soy una mujer de razón, estrategia y, lo que es más importante, control, aunque este último a menudo vaya acompañado del seductor sabor de la fijación maníaca.
Algunos dirían que soy una... sociópata. Una representación perfecta de lagunas argumentales y resultados inciertos. Demasiado negro para ser gris. Demasiado gris para ser negro.
No soy más que un enigma para la mayoría de la gente, que es exactamente como lo prefiero.
Papá me enseñó que la gente te teme cuando no te entiende. Te respetan, te adoran a la mínima que les prestas atención y se arrastran ante el peso de tu autoridad.
Por eso me he propuesto mantenerme lo más alejada posible de la opinión pública. La heredera mayor de dos de los imperios más grandes del mundo es un misterio por todas las cuentas importantes.
Un atractivo misterio.
Un misterio seductor como el pecado. Pero sigue siendo un misterio.
Ven mi exterior y el personaje que decido adoptar en público, pero nadie puede saber lo que planeo hasta que es demasiado tarde.
Sin embargo, esos detalles no han desviado su atención. Ni mucho menos.
Las cabezas se giran allá donde voy. Los hombres envidian mi encanto, mi carisma y mi capacidad para hacer las cosas. No ha habido nada que haya querido y no haya conseguido en este mundo.
Ni una sola cosa.
Las mujeres se arrodillan si miro en su dirección.
Todas menos la que me mira como si hubiera orinado en su bolso de edición especial y pisado el dobladillo de su precioso velo. El día de nuestra boda.
No bromeo. Jennie me miró mal cuando accidentalmente pisé su velo.
—No toques a Elie con tu mancillada presencia —me dijo mientras me apartaba.
La agarré por el codo, apretando los dedos cada vez más.
—¿Quién mierda es Elie?
—El diseñador —respondió como si yo debiera saberlo.
Ahora me trata con el mismo desprecio después de anunciar que nos vamos a casa. Algo que deberíamos haber hecho ayer si su querido papá no hubiera insistido en que había que vigilarla una noche más y convencido al doctor... que yo pago... con esa ridícula exigencia.
