Capítulo Tres

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Ford se encontraba en medio de un paisaje surrealista, una mezcla de colores y formas que desafiaban toda lógica. Sin embargo ya se había acostumbrado a eso, y sabía que la compañía era lo que realmente importaba. A su lado, flotando en el aire, estaba Bill Cipher. Aunque la extrañeza del entorno era evidente, podía confiar en Bill. Además, esta era su propia mente.

—¡Vamos, seis dedos! —exclamó Bill, riendo mientras levitaba en el aire— ¡Apostemos a quién puede hacer aparecer el objeto más extraño!

Ford se rió, una risa genuina que no había experimentado en mucho tiempo. Con un gesto de su mano, hizo aparecer una taza de té que cambiaba de color constantemente. 

—Huh... nada mal, seis dedos. —el triangulo parecía pensarlo, llevándose su mano a su "mentón", o lo que al menos simulaba que era.

—Admite que hoy te gané, Bill.

—¡Ja! Bien. Te dejaré hacerlo, solo porque hoy te ves tierno con ese suéter.—respondió Bill, inclinándose en una exagerada reverencia—Pero oye, te doy el honor, amiguito. No todos los días uno encuentra a alguien tan ingenioso como tú.

Ford se sintió extraño, entre orgulloso y...genuinamente alegre. Era raro, pero en ese momento, se sintió completamente en paz con Bill. La amistad que compartían, aunque extraña por el hecho de absolutamente todo lo que les rodea, era bastante importante para él. No sabía que haría sin él.

—Gracias, Bill.

Pero entonces, la escena comenzó a desvanecerse. El color y las formas se desdibujaron, y la risa divertida de Bill se convirtió en un eco distante. Ford intentó aferrarse a ese sentimiento, pero era inevitable.

.

Ford se despertó al día siguiente con una inmensa sensación de desorientación. Aunque el dolor de cabeza producto del golpe había disminuido, su mente seguía atrapada en un torbellino de pensamientos y preguntas sin respuesta. Se sentó en la cama y miró a su alrededor, aunque todo estaba borroso por la falta de sus lentes. La mansión Noroeste parecía aún más majestuosa a la luz del día, con su elegante esplendor que resaltaba cada detalle.

¿De verdad me dormí aquí? Pensó Ford.

Escuchó la puerta abrirse lentamente, y observó cómo Victor entró con una expresión relajada, llevando una bandeja con lo que parecía ser el desayuno. La casualidad era casi cómica, como si Victor supiera exactamente cuándo Ford despertaría, aunque claramente era solo una coincidencia.

—Buenos días, Stanford —dijo Victor con una sonrisa amable, casi paternal—Espero que hayas descansado bien.

—Buenos días... Sabes que solo puedes llamarme Ford —respondió Ford, aunque su tono era algo más serio. No iba a pasar el día jugando a la casita de muñecas.—¿Puedo preguntarte algo?

—Claro, aunque ya lo hiciste —respondió Victor, sentándose en una silla cercana y colocando la bandeja en una mesa al lado de la cama.

—¿Por qué me trajiste aquí? —preguntó Ford, mientras observaba la bandeja de alimentos, agradecido por el gesto, pero aún curioso y un tanto desconfiado—No entiendo tu interés en ayudarme, especialmente cuando apenas me conoces.

Victor tomó un sorbo de su taza de té, dejando que el silencio se alargara por un momento. Luego, con una sonrisa, respondió:

—Quería ayudarte, amigo. Creo que deberías dejar que las cosas sean casualidades y dejar de preocuparte tanto. Tengo mis propias razones para estar interesado en ti, y ninguna es mala. Además, ya dije que me caías bien.

¿Eras realmente como te imaginé? [BillFord]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora