Capítulo Siete

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Ford se llevó una mano a los ojos y los frotó con el dorso de su mano. Debería haber traído sus gafas de sol. Era una tarde soleada en el pequeño pueblo costero de su infancia, y la estrella pegaba fuerte.

Los gemelos Stanford Pines y Stanley Pines, de catorce años cada uno, habían decidido aprovechar el buen tiempo en la playa cerca de su casa. Caminaban por un sendero de arena; cada día, esta porción de la playa estaba un poco más abandonada que el día anterior. Pero seguía siendo especial para ellos.

Stanley, siempre el más extrovertido y hablador de los dos, no dejaba de comentar sobre cualquier cosa que le llamaba la atención.

—Mira, Ford, esa piedra tiene la forma de una cara. ¿No te parece gracioso? —dijo, señalando una roca cubierta de musgo verde.

Stanford, conociendo la curiosidad de Stanley, respondió con un tono paciente:

—Sí, pero en realidad, la forma de las rocas puede ser producto de la erosión y el desgaste a lo largo de los años. Es interesante cómo la naturaleza puede crear formas tan curiosas.

Cuando terminó de decir eso, notó cómo su hermano gemelo simplemente lo observaba con una expresión aburrida.

—Sí, me parece divertido.—Ford puso sus ojos en blanco.

Después de un rato, se detuvieron para sentarse en una banca, ambos comiendo unos snacks que habían traído para el camino. Stanley observó a su hermano con una sonrisa pícara y dijo:

—Sabes, chico listo, eres como un ciervo en el bosque.

Stanford levantó una ceja, curioso por la comparación.

—¿Un ciervo? ¿Qué quieres decir con eso, Stanley?

Stanley rió y continuó:

—Sí, un ciervo. Eres increíblemente inteligente y sabes un montón de cosas, pero a veces eres tan fácil de cazar. Te metes en tus pensamientos y te olvidas de lo que pasa a tu alrededor. Como un ciervo que se distrae y no se da cuenta del peligro.

Ford sonrió. Aunque no entendía bien, no se burló de las palabras de su gemelo.

—Supongo que tienes razón... Pero por eso te tengo a ti, para protegerme.

Stanley le dio un ligero golpe en el hombro y rió.

—Exactamente, tonto. Siempre estaré aquí para hacerlo.

Con una sonrisa compartida, ambos gemelos se levantaron y continuaron su camino, sabiendo que siempre se tendrían el uno al otro, al menos en ese momento.

Cuando Ford recuperó la conciencia, estaba en un lugar que le resultaba inquietantemente familiar: la mansión Noroeste. Se levantó con dificultad de la cama, notando un peso extraño alrededor de su cuello. Al tocarlo, se dio cuenta de que llevaba un collar, una cadena de oro fino con un detalle de "F" en su diseño. Extraño.

—¿Qué hago de nuevo aquí? —preguntó Ford, tocando el collar y mirando alrededor, en busca de alguien que respondiera sus preguntas.

Victor apareció entonces, con una expresión extrañamente afectuosa, pero con un brillo en los ojos que delataba su cinismo. El de anteojos ni siquiera podía ocultar su desprecio por este hombre, así que solo lo mira mal.

—Ford, estás despierto. Me alegra que estés bien —dijo Victor, acercándose con un cariño que hizo que Ford se incomodara enormemente.

—¿Por qué estoy aquí otra vez, Victor? ¿Qué es esto? —Ford tomó el collar entre sus manos y se lo enseñó a Victor.

¿Eras realmente como te imaginé? [BillFord]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora