"Bienvenidos a Magallón"

131 13 4
                                    





Juanjo miraba por la ventanilla del coche, viendo cómo el paisaje urbano se desvanecía para dar paso a los campos abiertos y colinas ondulantes de la región rural. El sol brillaba intensamente, y el cielo azul parecía no tener fin. Por los altavoces sonaba "Quiereme" de El Barrio, gracias al CD que habían puesto sus padres, era una canción que le traía recuerdos de veranos pasados, pero que no lograba disipar su mal humor.

—No me puedo creer que me obliguéis a venir aquí. Todos mis amigos están en Menorca, divirtiéndose —dijo Juanjo, frunciendo el ceño y cruzando los brazos.

Su madre, sentada en el asiento del copiloto, giró la cabeza y le lanzó una mirada comprensiva pero firme.

—Juanjo, ya hemos hablado de esto. Pasar el verano con la familia es importante. Hace muchos años que no pisamos el pueblo. Además, siempre te lo pasas bien aquí una vez te adaptas. No puedes estar con mala cara todo el tiempo.

—Mamá, me lo pasaba bien cuando tenía 8 años, no cuando tengo 20 y estoy aquí mientras todos mis amigos estaban pasándoselo bien en Menorca— dijo Juanjo resignado.

Juanjo suspiró, y volvió a mirar su teléfono. Deslizaba el dedo viendo las historias de sus amigos en la playa, riendo y disfrutando del mar. Vio cómo sus amigos se lanzaban al agua desde un acantilado, y otros disfrutaban de fiestas nocturnas en las discotecas. De repente, la señal de internet se perdió y las imágenes se quedaron congeladas. Bufó de frustración.

El coche avanzaba por una carretera rodeada de trigo y hierbajos. El olor a tierra caliente y a plantas secas penetraba por las ventanillas abiertas. Juanjo se recostó en su asiento y dejó que el paisaje pasara ante sus ojos, recordando los veranos de su infancia, aunque sin querer admitirlo, algo en él se sentía nostálgico.

Finalmente, al doblar una curva, apareció el cartel que anunciaba la entrada al pueblo. "Bienvenidos a Magallón", se leía en letras grandes y gastadas por el sol. Los padres de Juanjo intercambiaron una sonrisa de satisfacción y comenzaron a saludar a la gente a medida que pasaban por las calles adoquinadas.

El ambiente era festivo, con banderines de colores colgados de los postes de luz y la música de una charanga resonando en las calles. Niños corrían con pelotas, y las terrazas de los bares estaban llenas de vecinos charlando animadamente. Había puestos de comida con olores tentadores a churros y bocadillos de jamón, y el aire estaba lleno de risas y conversaciones animadas.

—Mira, Juanjo, ¡son las fiestas! —dijo su madre señalando a un grupo de personas que levantaban una gran carpa blanca en la plaza principal—. Seguro que habrá muchas cosas divertidas que hacer.

—Sí, claro... —respondió Juanjo con un tono de sarcasmo, aunque no pudo evitar sentirse ligeramente contagiado por la energía del lugar.

Pasaron junto a una pequeña plaza donde un grupo de personas mayores jugaba al dominó bajo la sombra de un árbol, mientras otros se saludaban efusivamente. A medida que avanzaban, más gente saludaba a sus padres por la ventanilla del coche, y Juanjo observaba con curiosidad la vida del pueblo. A lo lejos, la iglesia con su campanario destacaba en el horizonte, y el sonido de las campanas se mezclaba con la música y las voces.

—¡Mira quién está ahí, Juanjo! ¡Es el señor Martínez! —dijo su padre, deteniendo el coche para saludar a un hombre mayor que caminaba con un bastón—. ¡Hola, don Martínez! ¿Cómo está?

—¡Muy bien, muy bien! ¡Qué alegría verles! —respondió el hombre, acercándose al coche con una sonrisa—. Y tú debes ser Juanjo, ¡cuánto has crecido!

Juanjo sonrió educadamente, aunque por dentro deseaba que el viaje terminara pronto. Tras un par de minutos más de saludos y pequeñas charlas con los vecinos, finalmente llegaron a la casa de sus abuelos.

Nuevo verano Donde viven las historias. Descúbrelo ahora