Capítulo 10:

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Capítulo 10: Escape.

<Domingo 00:20>

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Quien estaba detrás de la puerta estaba desesperado por entrar. O tal vez, habían más de una persona. 

-¡Abran, ayuda!- gritaba alguien desde afuera. No era un chico, era una chica. Pero no sabíamos si abrir. En este punto, no hay que confiar en nadie. 

Nos quedamos mudos, con un miedo perceptible. Nos alejamos de la puerta, yendo hasta la ventana por donde entramos. Agarramos la tirolesa y se subió Lorena primero. Después fue mi turno, agarré la pistola con ambas manos y me empujaron. Desde el otro lado, esperaba a Jacob, quien no entendía nada de lo que iba a vivir. 

-Usted confíe en nosotros, lo vamos a sacar de acá. Yo lo voy a impulsar y, del otro lado, te van a agarrar los chicos- le dijo Benicio en voz baja.

De ese modo, lo tiró con tanta fuerza al haberlo ayudado mi amigo que llegó más rápido que cualquiera. 

Luego se subió Héctor y Benicio lo empujó, este último se quedó solo. Tuvo que subirse a una silla y hacer impulso contra el marco de la ventana. Al hacerlo, pateó una mesa. La mesa golpeó la pared, la pared tembló y los cuadros que estaban colgados en las paredes cayeron haciendo un estruendo horrible. 

Aún así, logró salir. 

En la mitad del caminó se frenó a voluntad y encendió un cigarrillo. Lo fumó y lo volvió a encender.

-¿Qué haces?- le pregunté, viendo la estupidez frente a mis ojos. 

-Confíen en mí- prendió un trapo sucio con el que secaba sus pinceles y había guardado a escondidas en su bolsillo del pullover. 

Al estar el trapo en llamas, lo tiró a la habitación. Esta se prendió en llamas luego de que el fuego de la tela impactara contra la ventana y las estatuas taladas de madera. 

Mientras Benicio se acercaba a nosotros impulsándose solo con las manos, nosotros pudimos notar cómo en la habitación entró la chica que gritaba. Estaba lastimada, pero de igual modo pudo empujar la barricada. Tenía una herida en la frente que echaba sangre a su pasar y su cabello estaba seco y con aspecto rancio. 

-Es Nacha- exclamó Lorena cuando su novio lograba llegar.

-¿Estás segura?- le preguntó Héctor.

-¿Quién es Nacha?- preguntó el nórdico aún sin saber dónde se encontraba.

-¿Querés que la busque?- preguntó Benicio al percatarse de la situación.

-Sí, ella lo merece- le respondió y él volvió con impulso hasta donde estaba ella. 

Se bajó de la tirolesa, trabándola en un hueco de la pared y se comenzó a acercar. Había un fuego entre medio de ambos, una división de combustible, oxigeno y calor que los sofocaba. 

-¡Vení!- la llamó para que se acercase.

-No puedo, tengo miedo.

-¡Mientras más tardes, peor va a ser!

-No puedo ni dar un paso, mis piernas están lastimadas.

-¡Ya voy!- le avisó y pasó por el medio del fuego llegando hasta ella. 

Hizo que lo abrazara y luego la sostuvo entre sus brazos. Pasaron por el fuego, esta vez juntos. Él la bajó y se ató a sí con la tirolesa. Ella se subió abrazándolo con las piernas y los brazos y él volvió a hacer impulso. El cual, otra vez, ocasionó desastre. 

Llegaron abrazados y con la piel un poco quemada. 

-¿Estás bien, amiga? ¿Qué te pasó?

-El que está detrás de todo esto, me encerró en la pieza e hizo cosas horribles con Alejandrina y conmigo.

-¿Alejandrina?- pregunté.

-Sí, nuestra compañera de cuarto- me respondió Ignacia-. Estábamos las dos solas y se aprovechó. No sé por qué lo hizo, pero lo hizo. Primero fue Ale, luego me tocaba a mí pero escapé. 

-¿Te siguió? 

-Lo hacía, pero en el caminó frenó para volver a matarla a ella para que no dijera nada y luego perdió mi rastro. O eso creo. 

[...]

<Domingo 00:35>

Abrimos la puerta del cuarto, queriendo ser lo más silenciosos posibles. Héctor iba ayudando a Jacob, bajando escalón por escalón lentamente. Nacha y Lorena caminaban juntas, una apoyada en la otra. 

-¿Te golpeó en las piernas?

-Sí, con el cinto de Ale. Quería que me quedara callada mientras veía todo lo que hizo con ella. 

Pasamos por el pasillo, donde varios cadáveres yacían. Bajamos las escaleras, analizando los distintos pisos. Llegamos al segundo, donde escuchamos voces temblando y llantos persistentes. 

-¿Vamos a ver si están mal?- pregunté a los demás. 

-Dale, pero solo nosotros- miró a Héctor ya dejándolo de lado. 

Con pistola en mano, caminé al frente. Mi nuevo amigo me protegía la espalda. 

-Mirá- le señalé a lo lejos-. Es una pistola.

-¿Será una trampa?

-No creo, viste lo que dijo Jacob. 

-Es verdad, alguien la debe haber dejado allá. Voy a buscarla- se alejó y volvió con el arma. 

Mientras los otros esperaban pacientes y atentos, nosotros caminábamos a nuestra probable muerte. Básicamente, vivíamos. Vivir es eso: ver las cosas pasar en cámara lenta esperando el final para dejar de hacerlo. Llegamos hasta el final del pasillo, donde había una puerta abierta que daba a una habitación. Esta tenía la luz prendida y salía música: la verdadera luz al final del túnel. 

A pesar de eso, el llanto y las voces también salían de ahí. 

Tocamos la puerta suavemente y un chico se acercó a ver quien era: Nicolás. 

-¿Qué hacen acá? Los están buscando- se secó las lagrimas. 

-¿A nosotros?

-Sí- respondieron dos voces desde atrás: eran Agustín y Cristiano. 

-No sabía que compartían cuarto- exclamé. 

-Eso no importa ahora- me interrumpió Benicio-. ¿Saben a donde se fueron?

-Hace un rato salieron rumbo al colegio de las chicas- siguió contando Nicolás. 

-¿Hace un rato como cuánto?

-No sé. ¿Dos minutos? ¿Tal vez tres?

-Hace relativamente poco, está bien. Gracias- se volteó y me empujó para que vayamos a donde estaban los demás.

-Pará- lo frenó Agustín-. ¿Dónde encontraron esas pistolas?

-Una nos la dejaron escondida en una habitación...

-...Atrás de un espejo.

-Sí- respondí sorprendido.

-Sí. Esa era nuestra, ya no tiene balas. 

Benicio agarró la que tenía yo en la mano y le sacó dos balas para meterlas en la otra. 

-Ahora sí, vámonos. 

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