Capítulo 2

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Abrigada por enormes pieles y tapada hasta la nariz, hacían de la travesía hacia el Este de la ciudad una ventaja para Lucienne. Sin embargo, aunque estuviera hasta arriba de capas, sabía que no debía subestimar al vendaval, pues las piernas empezaban a entumecerse con cada paso, y sus manos, a engarrotarse.

—¿Cómo se encuentra? —preguntó su acompañante.

Ella lo miró, sorprendida. Llevaba un abrigo, pero nada comparado con lo que ella vestía. Sólo, un simple abrigo.

—¿Cómo puedes salir así? —mencionó asombrada.

—Es la costumbre. Llevo muchos años en la ciudad.

La chica parpadeó, deteniendo su andar. Momentos después, reanudó su marcha. Era lógico. Los habitantes de esas tierras debían estar muy acostumbrados.

—Por aquí —mencionó Rael.

Atravesaron varios callejones.

No había ni una pizca de diferencia en donde poder orientarse en su interior. Tal vez unos con más grietas en la piedra, si tenían suerte, pero todos con el mismo patrón que el resto de la ciudad: el gris del ladrillo y el hielo sobre la cimentación.

—¿El mercado es al aire libre? —su voz temblaba helada.

Rael le dio paso en una esquina, dirigiéndola hacia el siguiente callejón.

—No. Es un recinto grande y espacioso. Lo suficiente como para que compradores y vendedores se puedan mover en libertad.

Lucienne caminaba con pisadas precavidas. El suelo resbalaba con la escarcha.

—¿Y qué clase de criaturas hay?

—Pues... de todo tipo, diría —respondió pensativo—. Orgues, tal vez.

—¿Orgues? —detuvo su andar—. ¿Lo dices en serio?

Rael alzó las cejas.

—Sí, creo que este año han traído dos ejemplares.

—¡No me digas! ¿Y qué colores tienen? ¿Es cierto lo que dicen? —se acercó a su rostro, emocionada— ¿Su piel es suave como la lana? ¿Tienen aspecto humano, ligeramente degradado?

Rael quedó en silencio, asombrado de sus preguntas.

—¿Degradado...? Puede que sí —respondió dubitativo. Esa descripción era bastante superficial—. Aunque hay gente que le encuentra atractivo también.

—¿De veras? —parpadeó.

—Sí. Su cuerpo es delgado, pero es un estilo que llama la atención a muchas personas. Quizás por eso sean famosos a pesar de su falta de inteligencia.

Quedó absorta en sus palabras. Iba a descubrir mucho más de lo que esperaba en ese mercado.

—Ya estamos llegando. —Apartó su mirada y avanzó por su lado—. Podrás comprobarlo tú misma. —Lucienne simplemente sonrió maravillada, reanudando la marcha.

Tras un último giro, la gran plaza se mostró frente a ellos. La ventisca apenas daba cabida a ver algo, pero entre toda la nieve y la lluvia, a la distancia se pudo apreciar una inmensa sombra negra.

Habían llegado al recinto: como una catedral con cuatro altas torres, y en sus picos, cruces con curvas sujetando la piedra.

Su puerta, gigante como la estructura en general, estaba abierta de par en par, situada de manera estratégica para que —ahora que Lucienne se daba cuenta—, la ventisca que siempre iba en la misma dirección, no entrase en sus salas. Qué ingenioso acabado.

El Libro de las BestiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora