Hay libros que tratan sobre amoríos, otros sobre las aventuras de un intrépido héroe que al final salva al mundo de maneras completamente deslumbrantes, honorables o quizás, inverosímiles. También hay libros que cuentan la vida de grandes famosos en épocas lejanas, fantasiosas, o simplemente, realidades alternas.
Este libro, en este caso, no cuenta mucho sobre héroes, tampoco sobre famosos, y ni mucho menos, de realidades alteradas. Este libro tratará sobre rellenar los huecos que contiene: sobre insectos, anfibios, mamíferos, reptiles y, quién sabe qué más, un caballo con plumas, o puede que un ciervo con patas de rapaz capaz de volar con inmensas alas.
Sí, porque está escrito para ser rellenado con todo tipo de criaturas. Para ser cubierto de tinta de pluma con no importa qué tipo de letras, sino con la información que se consiga. No importa si está rellenado con el mayor cariño que se tenga en el momento de la escritura o con el mayor descaro al ser cubierto. Tampoco importará si alguna hoja tenga sangre de, tal vez el escritor, o tal vez, de la criatura que ha querido molestar para rellenar su apartado.
Lo importante, es escribirlo.
Esa es la realidad de este relato: un bestiario vacío donde su dueña, sumergida en un viaje en el que ella misma se ha metido, intentará rellenar.
Un viaje en el que ese día, ventoso, nevado y, por ende, helado, había logrado alcanzar su primer destino: la ciudad de Kareël.
La fuerza del viento en aquella llanura era increíblemente desagradable. Era helada y, si no se tuviera cuidado con ella, a más de uno sería capaz de robarle la vida.
Lucienne avanzaba en el interior de la tormenta con la cabeza gacha y mirando fijamente en donde pisaba. Sus botas, hechas de pieles para la larga travesía en aquel páramo, habían sido tratadas por un gran zapatero envueltas en pelaje marrón. Frente a ella, un gran portón se asentaba con guardias a cada lado, vigilando con ligero asombro la llegada de la chica.
—¿Señorita? —preguntó el guarda, asombrado—. ¿Ha atravesado la tormenta?
Lucienne sonrió con alivio al escuchar su voz, pues llevaba tanto tiempo caminando sola, que había añorado sentirse rodeada de más personas.
—Sí —respondió—, díganme que hay un sitio caliente donde poder refugiarme dentro...
Los guardias se miraron, asombrados, y asintieron, abriendo las puertas con fuerza.
El chirriar del metal era la prueba de lo poco que se abrían en esa época del año. Con tormentas de por medio y lluvias en forma de nieve, era, lo que normalmente se decía en esas tierras, una absoluta temeridad atravesarla.
Al entrar, a diferencia de su aldea la cual era normalmente de temperaturas estables y con cálidos lagos y árboles verdes, la ciudad se decoraba con piedras, ladrillos, y escarcha en las esquinas. En medio de la plaza principal, que estaba situada en la entrada, una fuente mostraba una enorme figura del mismo material que las casas: gris, y con un animal en el centro. O mejor dicho, una criatura.
Con aspecto de mujer en el torso, desnuda pero con largos y trabajados mechones cubriendo sus partes más íntimas, y de cintura para abajo, la cola de un pez. Sirenas, las llamaban. Sin embargo, por muy bonitas que fueran, ese tipo de criaturas siempre escondían algo en su personalidad. Lucienne sabía de ellas por antiguos cuentos, y en un futuro, quería llegar a verlas para escribir sobre ello, sin embargo, no era momento para pensar en eso ahora.
Necesitaba buscar la posada.
No obstante, aun distrayéndose con los carámbanos que caían de varios porches y tocándolos con cierta curiosidad, no tardó mucho en encontrar su destino, pues en la entrada, con un cartel de madera colgando —cualquiera diría que antes se movía—, se escribía con una letra cursiva y bien empuñada "taberna mil vidas".
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El Libro de las Bestias
FantasiUn libro, un diario, una chica, y un sinfín de criaturas en un mundo imaginario. Una pluma, una curiosidad, y la valentía de aventurarse para rellenar su bestiario. Lucienne necesitará de un intérprete en su viaje para describir a las bestias y sus...