Lucienne se había sentado en una roca para evitar embarrarse, observando las peculiares características de esas criaturas y siendo acompañada por el hombre a su lado. Ese quien tan joven era que no se le dejaba disfrutar como a su hermana de la mordida.
Kal'ran, por otra parte, había estado sujetando un trozo de tela para detener la hemorragia, ensimismado. No había planeado regalar tanta sangre, pero esa sensación tan excitante lo había dejado sin aliento.
Para un onirio, esas situaciones eran mucho más difíciles de sobrellevar, pues su raza, a parte de ser extremadamente sensible a cambios de temperamento y humor, sus cuerpos también eran muy susceptibles a recibir estímulos externos.
Sabía de las cualidades que tenían. La vampira se lo había advertido desde antes, y además, un agradable olor dulce llegaba de ellos. Pero no pensó, bajo ningún concepto, que fuera tan intenso.
Echó una mirada a la mujer.
Una cualidad así no se masterizaba de la noche a la mañana. Eso significaba que tendría que tener muchos años a sus espaldas.
Suspiró con párpados pesados. Estaba bastante cansado.
—¿Estás bien? —Lucienne se inclinó hacia adelante, buscando el rostro del onirio entre sus mechones.
Él la miró.
—Sí. —Volviendo a desviar su mirada.
Se hizo un silencio.
—¿De dónde venís? —habló el vampiro y Lucienne se giró hacia él.
—De una aldea al este, al borde del continente y frente al inmenso mar. Él... —Quedó pensativa—. Las tribus onirias suelen estar escondidas y permanecer al margen de todo —hablaba, y mientras más mencionaba sobre él y sus costumbres, más ladeaba su oreja—. Su hogar debe de estar muy lejos.
—Ya veo. —Giró sus ojos hacia un lateral, volviendo a mirarla—. Tú también debes de estar lejos de todo.
Ella parpadeó.
—Sí, aunque por una buena razón. —Se levantó, haciendo que el vampiro la mirara desde abajo y Kal'ran la vigilara de reojo—: ¿Me mostrarías tus costumbres?
El hombre quedó pasmado.
—¿Mis...?
—¿Para qué quieres saberlas? —Interrumpió la vampira, habiéndose lavado por completo en un lago cercano.
Lucienne sonrió.
—Para mi bestiario.
Ambos vampiros juntaron sus miradas. ¿Un bestiario?
—Si es una misión de uno de los tres reyes, puedes irte por donde has venido. No tenemos nada que tratar con ellos. La chica quedó seria.
—No... los conozco, siquiera. —Volvió a sentarse.
Kal'ran se levantó suspirando.
—Iré a buscar a Rael. —Echó una mirada hacia la vampira, luego, a la chica—. Termina lo que vayas a hacer con ellos. Este sitio me da escalofríos.
La vampira quedó seria mientras lo dejaba pasar a su lado. El brillo de sus ojos fue profundo y penetrante. Había disfrutado de un indescriptible momento de placer bebiendo de su sangre y, si no fuera por la edad que tenía, no lo hubiera dejado con vida.
—Soy Lucienne —habló.
—Viktor —respondió su hermano.
—Encantada, Viktor. —Sonrió.
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El Libro de las Bestias
FantasíaUn libro, un diario, una chica, y un sinfín de criaturas en un mundo imaginario. Una pluma, una curiosidad, y la valentía de aventurarse para rellenar su bestiario. Lucienne necesitará de un intérprete en su viaje para describir a las bestias y sus...