Capítulo 4

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"¿Un onirio enjaulado?"

Los días pasaron en la nevada ciudad de Kareël. Lucienne se había sumergido en su libro, dibujando con precisión las criaturas que había visto, y Rael, como acostumbraba, atendía la taberna con la anciana.

Cuatro noches habían pasado, y cuatro noches se había encerrado en la bodega con sus páginas. Aunque, para agradecer la estancia gratuita, todas las mañanas madrugaba con la anciana para limpiar el local y prepararlo para su apertura los días que Rael no trabajaba. A esas horas sólo estaban ellas dos, aprovechando la quietud para hablar sobre la zona en la que estaba.

—Entonces, ¿en Kareël es donde se reúnen los reyes de las demás ciudades? —habló Lucienne mientras barría—. Desconocía que las llanuras de por medio fueran tierras libres.

—Así es. Altea, la ciudad del Este está a sólo dos noches, pero es montañosa y aparatosa para los visitantes, por lo que decidieron que Kareël fuera el centro de reuniones. Aunque si buscas criaturas voladoras, allí encontrarás gran variedad.

—Montañosa... —murmuró—. Eso explica por qué no la encontré de camino. Mi aldea está junto a la playa, en el Este también. Pero cogí una senda que se desviaba por el sur para evitar las escaladas.

—Muchos viajeros hacen eso. Es la más segura también. En el sur apenas hay vida a parte del desierto.

—Cierto —apartó sillas para pasar la escoba por debajo—, apenas encontré a nadie de camino.

—Y dime, muchacha. —Detuvo sus quehaceres— ¿Por qué quieres rellenar ese bestiario?

Lucienne miró hacia ella.

—Supongo que... la experiencia de vivir en una aldea aislada me dio la fuerza para explorar. Aunque también es un amor por los animales que no me cabe en el corazón —sonrió embobada.

La anciana rio.

—Eres un encanto, querida.

—¡Por favor! —se ruborizó— ¡Soy muy vergonzosa!

La mujer volvió a reír.

—Aunque... —añadió un poco más seria—. Tal vez también se deba a la cultura de mi aldea. "Cuidar a la naturaleza de forma que ella nos cuide a nosotros con sus riquezas", es lo primero que nos enseñan en las escuelas. —La anciana se mantuvo observándola—. El por qué las criaturas actúan de cierta forma, el cómo se comunican... Son incógnitas que siempre me pregunté. —La miró—. Se podría decir que ha sido mi meta desde que era pequeña, y con un empujoncito de mi padre... Al final acabé aquí.

—Tu aldea es sabia, cariño —dijo con admiración.

Lucienne parpadeó.

—Bueno... —sonrió mirando hacia el suelo—. Aunque desconocemos muchas cosas del exterior. Son hogareños, a diferencia de mí.

—El mundo no es para todos. Tal vez necesitaran el cambio, pero temieran dar el paso. —Sonrió, y Lucienne quedó asombrada por sus palabras.

—Es usted... muy amable, señora.

—Sólo digo lo que pienso. —Volvió a sonreír.

Momentos después, entre risas y trabajos, pudo ver el rojizo libro de Rael en la barra: ese que siempre leía mientras la anciana trabaja.

¿Era una novela? ¿O trataba sobre algo en específico?

Se acercó, curiosa, y posó la mano en él. No tenía título. Lo giró mirando la parte trasera, y para su sorpresa, tampoco tenía una descripción. ¿De qué demonios iba? Además, permanecía tanto tiempo leyéndolo, que en teoría, debería haberlo acabado, pues más de una vez lo vio en la parte del final. Entonces, ¿por qué seguía teniéndolo?

El Libro de las BestiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora