Capítulo 9

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"Maldita sea..."

Esa mañana el sol resplandeció con fuerza.

Las nubes se habían despejado, y aunque todavía hacía frío debido a la cercanía de Kareël, no era tan intenso. Además, tampoco se veía escarcha en el suelo; simplemente un helado tacto en él si se iba descalzo.

Rael alzó la mirada, cogiendo una gran bocanada de aire, y sonrió. Sus ojos habían brillado con el sol sobre ellos.

Lucienne salió de la caseta, viéndolo ensimismarse con la lejana estrella y quedando absorta. Qué bella era su figura bajo esos rayos dorados.

—Buenos días —habló.

Rael la miró, volviendo a la realidad.

—Buenos días —mencionó parpadeando. La luz había cegado su mirada unos segundos—. ¿Has dormido bien?

—Sí. Hoy ha estado mejor. —Dio una ojeada a la caseta. Desde ese lugar se veían las mantas revueltas—. Tener un colchón debajo ha dado sus frutos.

Él sonrió.

—Si necesitas más, puedo dejarte otra. Yo estoy bien.

—No, gracias —respondió—. Si te pasara algo al día siguiente no podría perdonármelo. —Sonrió incómoda.

Rael desvió su mirada sonriente hacia el horizonte.

—Entraremos en las tierras oscuras en pocos días. Las cosas se van a poner un poco más difíciles.

Ella acompañó su mirada.

—¿Has ido alguna vez?

—Mmm... —Quedó callado, pensativo—. He oído muchas cosas sobre el lugar. En la ciudad se cuentan historias sobre sus criaturas.

—Ya veo...

Se escucharon pasos tras ellos y vieron llegar a Kal'ran. Un poco alterado, como acostumbraba, y un poco nervioso.

—Démonos prisa —mencionó mirando hacia atrás—. Han aparecido caballeros por la zona. —Levantó su capucha, llevando las orejas hacia adelante y tapando sus ojos.

Lucienne, percatándose de su incómoda mirada, habló:

—¿Te molesta tener las orejas tumbadas todo el rato?

Kal'ran parpadeó, alzando el mentón ligeramente para mirarla. ¿Por qué se preocupaba por tal insignificancia?

—Estoy bien —respondió, dirigiéndose a la caseta y desarmándola con brusquedad.

Rael frunció su ceño, agarrando la tela de la entrada y recogiendo su interior. No le hizo falta hablar para detener su impaciencia, pues esa no era la forma de desmontarla.

—¿A qué distancia estaban? —mencionó la chica, acompañando a Rael en su trabajo.

—A varios kilómetros. —Miró hacia atrás—. Pero estamos en campo abierto, nos verán nada más llegar al yermo.

Ella detuvo su movimiento unos segundos, mirando hacia donde él lo hacía, y volvió a trabajar.

—Bueno, mientras no descubran lo que eres deberíamos estar bien.

—Tienen sabuesos —espetó—. Ladran al percibir un olor que no sea humano.

Rael terminó de empacar, colocándose la mochila en su hombro y miró hacia atrás.

—Esos perros van a ser un problema.

—Vámonos. —Volvió a insistir Kal'ran.

Lucienne asintió, cogiendo su morral, y empezaron a caminar. Esta vez, con más apuro.

El Libro de las BestiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora