Capítulo 7

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"No debió ocurrir, pero bueno. Ha estado bien"

Lucienne empezó a despertar, llevándose una mano a la cara y frotándose los ojos. Se irguió somnolienta con un estiramiento de espalda, y sintió una punzada en ella. Se quejó en silencio suavizando la tensión. Dormir en el suelo no había sido la mejor de las ideas. Aunque, mirando hacia Rael durmiendo... al menos por una noche había valido la pena.

El calor se había mantenido entre ambos, y sentirse acompañada la ayudó a dormir con rapidez. Sonrió. Le había empezado a agradar el aspecto que tenía. Sus rojizos ojos eran bonitos, no podía negarlo, y sus mechones, tapando ligeramente su frente y mejilla, brillaban con simpleza.

Aspecto peculiar para un hombre peculiar, pensó.

—Rael... —murmuró.

Él parpadeó varias veces, despertando y levantándose despacio.

—Buenos días —agregó Lucienne.

—Buenos días...

—¿Has dormido bien? —Se llevó una de las manos a la cintura—. A mí me ha salido una contractura en la espalda —mencionó adolorida.

—Yo estoy bien —respondió, observando los dedos de la chica hurgar en su piel— Si quieres, puedo intentar... —No acabó la frase, no le había hecho falta.

Ella lo miró.

—¿Sabes dar masajes? —preguntó sorprendida.

Él asintió.

—Algo básico.

Lucienne alzó las cejas y respondió con una sonrisa:

—Por favor.

Rael cogió aire mientras se colocaba tras ella. Situó las manos en su espalda, con delicadeza, y sintió su piel crisparse al rozarse. Sin tantos abrigos de por medio, el movimiento de sus dedos era muy natural.

Hundió los dedos en los músculos, tratando de no tirar de su peinado, y empezó a deslizarlos con cuidado.

Tiraba hacia abajo, estirando la tela de la camiseta, y volvía hacia arriba. Repitió el movimiento varias veces, con las venas de sus manos marcándose por la fuerza que ejercía.

—¿Dónde aprendiste a dar masajes? —preguntó.

Rael se detuvo unos momentos, volviendo a masajear la zona con delicadeza.

—Es... un don innato —respondió con gracia.

Lucienne miró hacia atrás y él volvió a sonreír por su repentina curiosidad, llevando uno de sus dedos a su cachete y dirigiendo su cabeza hacia delante.

—Si te giras, te podría hacer daño —mencionó con los ojos incrustados en su espalda.

Ella quedó callada.

—Y, ¿cómo estás? —preguntó Rael rompiendo el silencio—. No debió ser fácil ver a una persona muerta.

Lucienne parpadeó mientras los dedos del hombre se incrustaban en su espalda.

—Bueno, fue difícil, pero he visto muchos cuerpos. Aunque no de humanos, cabe decir —rio con desconcierto.

—¿Has visto cuerpos? —detuvo su movimiento unos instantes.

—En mi aldea mueren muchos animales y criaturas con aspecto similar a nosotros, así que, más o menos, estoy acostumbrada.

Rael alzó las cejas en silencio, pero, mientras permanecía ensimismado en su trabajo, Lucienne interrumpió su concentración:

El Libro de las BestiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora