Capítulo 3

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Rael se había adelantado mezclándose en el barullo de gente que por alguna razón, estaba mucho más amontonada en esa zona. Lucienne, mientras andaba en esos pasillos, se preguntó con curiosidad: ¿por qué lo peligroso les llamaba tanto la atención? ¿Y por qué no conformarse con las criaturas inofensivas y amables?

Ella, si no fuera por su libro, estaría encantada de convivir sólo con las especies que se aceptan entre ellas, dejando en paz a las que rehuyen y las que no quieren ser molestadas. Pero, ¿todos los demás? ¿Qué excusa tenían? Tal vez la necesidad de sentirse en peligro los emocionaba, o tal vez la adrenalina era un impulso demasiado atractivo... Estúpidos motivos, pensó.

¿Vivirían más tranquilos si un libro como el suyo los describiera?

Aunque tal vez no necesitaban páginas que les mostrara cómo eran físicamente, tampoco uno que les dijera dónde vivían y cómo se alimentaban, sino uno que expresara sus emociones, sus costumbres y sus ambiciones con un punto de vista diferente. Uno donde la criatura sea la que narre su cultura, la que exprese cómo se adapta y cómo interactúa con el exterior. Tal vez un libro así podría conseguir que dejaran de lado la curiosidad, y por ende, cerrar esos mercados que incluso ella visitaba por necesidad.

Los odiaba a la vez que los amaba. Eran minas de oro para compradores, y para ella, maravillas enjauladas. Aunque deseara y soñara con ello, sabía que no había nada que igualara la mirada y la experiencia de ser testigo. De ver con sus propios ojos a un pegaso, a un grifo, o a un dragón. No había palabras, ni mucho menos, dibujos, que describieran qué se sentía al estar frente a criaturas así. Lo sabía, pero aun así, lo intentaría.

—Puede esperar aquí, señorita —expresó el mercader. Había acomodado una silla en una mesa llena de papeles de venta y precios desorbitados para su bolsillo.

—Gracias... —Se sentó.

Echó un vistazo hacia su acompañante. Permanecía de pie, serio, y mirando hacia adelante. Ensimismado viendo una jaula colocarse a la venta.

—Disculpe, señor —habló Lucienne—. ¿No son los onirios criaturas pacíficas? ¿Por qué tenéis uno en esta sección?

El comerciante alzó la mirada. Había estado firmando varios contratos con letra cursiva casi inentendible de compras anteriores.

—Si lo que busca es un intérprete, es su raza ideal. Pero este tiene un temperamento diferente al resto... —Movió la pluma entre sus dedos—. Es capaz de comunicarse con criaturas primitivas, pero tuvimos que encerrarlo por separado para evitar que causara más revuelo. Alteraba a los animales.

¿Alteraba? Miró hacia Rael una vez más, escuchando al mercader hablar:

—Ya está aquí.

Frente a él, la jaula era arrastrada por una gran y bella serasifa.

—¡Una serasifa! —Lucienne se levantó del asiento, asombrada— ¡No puede ser! —exclamó—, ¿también tenéis de esas aquí?

El mercader volvió a mirarla.

—Sí, nos ayudan con las cargas pesadas. —Dejó la pluma, levantándose junto a la chica—. Además, las criaturas no las atacan, es una gran ventaja. Aunque no están en venta. —Sonrió.

Lucienne alzó las cejas. Había escuchado una vez algo sobre ello:

Serasifas, con piel blanca y pelaje sobre el cuello, mostraban altas patas y cuello extremadamente largo. Su cabeza, grande como su altura, llevaba increíbles cornamentas, de las cuales, por alguna razón que nadie había descubierto, crecían plantas de sus huesos. Y por si fuera poca la extravagancia que vestían, su olor destacaba más que nada, pues era muy fuerte. Olían a agua estanca, principal motivo por el que la mayoría de los depredadores las dejaban tranquilas.

El Libro de las BestiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora