"¿Y los demonios? ¿Por qué han cambiado? ¿A qué se debe?"
—Rael —habló Lucienne. Él la miró sentado bajo la copa de un árbol—. ¿Por qué esperamos?
Había estado leyendo su libro, paciente y sereno; descansando de la larga caminata a sus espaldas.
—La noche está al caer —pasó página—. La época de apareamiento de las sirenas debería llegar en varias semanas, pero el lago está más agitado que de costumbre. Tal vez se hayan adelantado —alzó una ceja mientras la miraba—, y ellas salen de noche.
La chica se asomó tras el árbol.
—¿Por qué adelantarían su época de apareamiento? —sujetó el tronco con fuerza—. ¿Y es cierto lo que dicen? ¿Son mortíferas en esa estación?
—Todavía no estoy seguro de que vayan a venir —quedó en silencio varios segundos, incrustando sus ojos en el libro una vez más—, pero sí que son mortíferas.
Ella quedó pensativa.
—Tal vez deberíamos avisarlos.
Rael cerró el libro, arrugando el ceño con disimulo.
—Si... quieres sacarlo de allí sin una sola moneda, mejor espera a que oscurezca.
Lucienne lo miró asombrada.
—¿También quieres liberarlo?
—No me malinterpretes —respondió inconforme—. Pero no deberías ponerte en peligro así.
Ella sonrió con ligereza, volviendo a desviar su mirada hacia el campamento.
—Está bien —mencionó mientras se escondía—. Esperemos.
Pasaron la tarde, o lo poco que quedaba de ella, con sus libros. Lucienne había traído sus pinturas, hechas de plantas machacadas y elaboradas con rigurosa maestría en su aldea, y decoró cada pluma del shriko con delicadeza. Su pico, sus vaivenes con el aire, y su abundante cola plasmada en el papel de color marrón. A su vez, Rael no dejaba de leer, ensimismado.
La chica se fijó en sus ojos. Se movían al compás de los párrafos y palabras.
¿Qué diantres estaba leyendo?
Él la miró, encontrándose con la penetrante curiosidad de la chica, y ella se sumergió en su dibujo con rapidez.
Sonrió hablando:
—Ha oscurecido bastante —las pinceladas de la chica se habían vuelto confusas, como si no supiera a dónde apuntaba—. ¿Puedes dibujar así?
Lucienne carraspeó.
—No, la verdad es que no. ¿Y tú? Estás muy concentrado en... las mismas páginas de siempre.
Rael cerró el libro, hablando con gracia.
—Eres muy curiosa, ¿no crees?
Ella empezó a guardar las cosas.
—Es más desconcierto que curiosidad. Siempre lees la misma parte del final.
Rael quedó en silencio mientras era atravesado por su mirada, buscando una respuesta. Cogió aire.
—Me gusta mucho esa parte —finalmente, respondió con cejas levantadas y evitando su intrusa supervisión.
Lucienne suspiró.
—¿Cuándo aparecerán? —miró hacia el lago, cambiando de tema. Si no quería decírselo, tampoco lo obligaría.
—Deberían estar al llegar —respondió levantándose.
**
En el campamento empezaron a escucharse charlas nocturnas frente a la hoguera. Las carpas abrigaban a las criaturas del frío invernal de la noche, y las antorchas en sus entradas iluminaban los pasillos que formaban un cálido camino en espiral.
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El Libro de las Bestias
FantasyUn libro, un diario, una chica, y un sinfín de criaturas en un mundo imaginario. Una pluma, una curiosidad, y la valentía de aventurarse para rellenar su bestiario. Lucienne necesitará de un intérprete en su viaje para describir a las bestias y sus...