Capítulo 6

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"¿Su nombre? ¿Lo habrá visto?"

—¿Estás bien? —habló Rael.

Lucienne había quedado perpleja, siéndole imposible desviar la mirada del onirio.

Qué bella criatura esa que, aun siendo de diferente raza, era capaz de comunicarse con las sirenas, de calmar sus instintos, de saciar su hambre, y de alejar su ansia por la carne. De apaciguar la intrínseca necesidad de despejar el lago y sus orillas para usarlo en su época de apareamiento. Esa época en donde, si te acercabas, sufrirías el mismo destino que el hombre frente a la verja.

Lo había encontrado; sonriendo con una inmensa alegría.

Asintió.

El onirio sintió la penetrante mirada de la chica clavada en su sien, siéndole incómodo, y se giró hacia el agua. Las mujeres empezaban a abandonar los cuerpos, y el fuego, a expandirse por las demás jaulas.

Rael miró a su alrededor, y ella, a su vez, parpadeó, volviendo a la realidad y fijándose en las carpas que empezaban a quemarse. Apoyó las manos en el hierro, aterrada.

—¡Los animales!

Abrió con rapidez, empezando a correr, pero deteniéndose antes de irse. Miró hacia el onirio. ¿Se marcharía? Arrugó su ceño, herida de sólo pensarlo, y echó a correr.

Rael avanzó con ella.

Lucienne empezó a golpear los candados con piedras, abriendo con rapidez los más pequeños y dejando los aparatosos para su acompañante, quien se mantuvo ayudándola en todo momento. Corrían de un lado para otro, y tras exasperantes minutos, aliviada de ver huir a los animales, sólo quedó una jaula: enorme, la cual contenía un gigantesco lobo dentro de ella.

Ambos llegaron, sudorosos aun siendo una noche helada, y vieron al onirio detenido frente a los barrotes. Se detuvieron a su lado.

El lobo mantenía los dientes asomados y la piel erizada.

—¿Atacará? —preguntó Lucienne entre jadeos, viendo las orejas del onirio inclinarse hacia atrás mientras observaba al lobo advertir de su cercanía.

—Sí —respondió, llevando los ojos a diferentes puntos de la criatura: sus pupilas extremadamente dilatadas, sus garras chirriando en el suelo metálico, y su saliva cayendo por ambos lados de la boca—. Está asustado. No dudará en defenderse una vez la abras.

La chica dio un paso al frente, haciendo que el lobo retrocediera y soltara un grave gruñido. Rael sujetó su brazo al instante.

—Deberías quitarte esa costumbre de acercarte a las jaulas —advirtió ligeramente molesto.

Ella lo miró.

—Si lo dejamos ahí, morirá —observó al onirio—. ¿No hay alguna forma de que confíe en nosotros?

El onirio miró hacia ella, serio.

—¿También quieres ayudar a este?

Y, asombrada por su pregunta, respondió al instante:

—¡Todas, absolutamente todas las criaturas, merecen ser salvadas y amadas!

Rael soltó su agarre, sorprendido, y el onirio parpadeó. Eso, en cierta forma, también le incluía a él.

—No me escuchará —volvió a mirar al animal, ignorando sus palabras—, aunque huelo igual que él, así que dudo que me preste atención. Pero ustedes deberíais esconderos o tapar esa peste... a humano.

Lucienne alzó las cejas, llevándose con disimulo la nariz a su brazo. ¿Olía mal?

—Lucienne —mencionó Rael—, hay roerias cerca —Ella quedó extrañada, pues había escuchado sobre ellas antes pero nunca las había visto. Asintió y aceleraron el paso, pues el fuego avanzaba con rapidez y cada segundo valía como oro.

El Libro de las BestiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora