Una familia de astilleros

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La familia de Jacob poseía los astilleros más importantes del pueblo, un lugar lleno de historia y tradición que dominaba la costa con su imponente presencia.

 Fundados hace más de un siglo por el bisabuelo de Jacob, los astilleros habían sido testigos de innumerables aventuras marítimas y de generaciones de constructores de barcos que habían perfeccionado su arte. 

Los muelles de madera crujían bajo el peso de los barcos en construcción, y el olor a sal y a madera recién cortada impregnaba el aire. A lo largo de los años, los astilleros se habían convertido en el corazón del pueblo, un lugar donde todos se reunían para compartir historias y sueños.

Los astilleros se extendían a lo largo de la costa, con grandes hangares y cobertizos de madera alineados a lo largo de los muelles. En su interior, enormes estructuras de barcos se alzaban a medio construir, sus esqueletos de madera robusta y acero brillando bajo la luz del sol. El sonido de martillos y sierras resonaba constantemente, creando una sinfonía rítmica que se mezclaba con el suave murmullo del mar.

Los obreros, hombres y mujeres por igual, trabajaban con destreza y precisión. Vestían ropa de trabajo desgastada y botas pesadas, sus manos callosas y fuertes reflejando años de experiencia en la construcción naval. 

Se movían con una coreografía ensayada, cada uno desempeñando su papel en la creación de las majestuosas embarcaciones. Algunos lijaban la madera con movimientos firmes y constantes, mientras que otros ajustaban los remaches y los clavos con precisión milimétrica. Los carpinteros esculpían detalladas figuras en las proas de los barcos, infundiendo a cada uno una personalidad única.

El ambiente estaba impregnado de camaradería y orgullo. Los trabajadores compartían bromas y risas mientras laboraban, su espíritu de equipo evidente en cada acción coordinada. 

En los descansos, se reunían en pequeños grupos, compartiendo historias y planes futuros, sus rostros iluminados por la satisfacción de ver cómo sus esfuerzos tomaban forma tangible ante sus ojos.

No solo eran un lugar de trabajo, sino un símbolo de la perseverancia y el legado de un pueblo que había encontrado su identidad en la construcción de barcos y en la conexión con el mar.

Nadie se iba a imaginar lo que iba a suceder dentro de unos pocos días. La paz que reinaba entre los trabajadores estaba a punto de acabarse para siempre.


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