Mismo destino

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El destino estaba claro: Yara tenía que volver a la isla. Aquella deuda antigua había cobrado demasiadas vidas, y cada día que pasaba sentía su peso con más fuerza.

 Pero no podía hacerlo sola. Necesitaba encontrar a Jacob, descubrir si él también estaba dispuesto a enfrentar el destino que compartían sus familias.

Pasó días buscando, preguntando por él en los puertos, en las viejas tabernas donde Jacob solía reunirse con amigos, pero nadie parecía haberlo visto. La angustia se convirtió en una compañía constante, y su mente volvía una y otra vez a aquel mensaje misterioso que había recibido en el barco. Finalmente, en un último intento, Yara revisó el viejo muelle donde siempre se encontraban, esperando que él pudiera presentarse.

Al caer la noche, escuchó pasos detrás de ella. Se giró rápidamente, y ahí estaba Jacob, de pie bajo la tenue luz del muelle. Su rostro parecía cambiado, casi como si los días desaparecido lo hubieran envejecido. Se miraron en silencio, hasta que él rompió la distancia y la abrazó.

"Pensé que no vendrías hasta aquí, Yara", dijo con voz baja.

"Lo entendí todo", respondió ella, tratando de ocultar el temblor en su voz. "Lo de la deuda, la isla... nuestros abuelos nos condenaron a este destino."

Jacob asintió, y una sombra oscura cruzó sus ojos. "Lo supe hace años, pero tenía la esperanza de poder huir de todo esto. Lo intenté, pero... el mar nunca olvida."

Se quedaron en silencio, el viento susurrando entre ellos como si fuera una advertencia. Ambos sabían que solo había una forma de liberarse de la deuda, y eso implicaba enfrentarse a lo que sus ancestros habían dejado pendiente.

A la mañana siguiente, zarparon hacia la isla, en la misma dirección que el capitán Samuel había descrito en su diario. 

Las aguas parecían más oscuras que nunca, y las olas se volvían cada vez más salvajes a medida que se acercaban. La tormenta se cernía sobre ellos, pero ni Yara ni Jacob retrocedieron; su único camino era hacia adelante.

Finalmente, la silueta de la isla apareció en el horizonte. 

Era tan desolada y fantasmagórica como Samuel la había descrito, con los acantilados altos y la densa selva que parecía mirarlos desde la costa, como una presencia vigilante. Mientras desembarcaban, sintieron una presencia casi tangible alrededor de ellos, como si los mismos espíritus de los antiguos marineros observaran su llegada.

Siguiendo los apuntes del diario, avanzaron por un sendero cubierto de vegetación espesa hasta llegar a la misma laguna donde Samuel y su tripulación habían estado tantos años atrás. El agua negra y calma parecía absorber toda la luz, y las estatuas de piedra los miraban desde todos los ángulos, congeladas en expresiones de dolor y resignación.

"Esto es lo que buscaban, lo que nos ató a esta deuda", murmuró Jacob, apenas un susurro.

Yara asintió, sintiendo el peso de la historia familiar sobre sus hombros. Había venido preparada, con el diario de su abuelo y la brújula que había encontrado en *La Mariposa*. Sin saber cómo, entendió que debía ofrecer estos objetos a la laguna, como una especie de tributo.

Cuando los colocó en el agua, esta comenzó a moverse, formando remolinos que se extendían hacia el centro. Un murmullo bajo surgió de las profundidades, y tanto ella como Jacob sintieron que algo dentro de ellos se liberaba, como si un peso invisible que habían cargado toda su vida comenzara a desvanecerse.

Pero entonces, un resplandor surgió de la laguna, y una figura etérea, translúcida, emergió del agua. Era el capitán Samuel, o al menos su espíritu, con la mirada serena pero llena de arrepentimiento.

"Perdonadme", dijo con una voz que parecía llevarse el viento. "No quise condenaros a este destino. Solo buscaba conocimiento, aventura... pero el mar siempre reclama lo suyo. Hoy, habéis cumplido la deuda que dejé pendiente."

Con esas palabras, la figura de Samuel comenzó a desvanecerse, junto con el resplandor que emanaba de la laguna. Yara y Jacob se miraron, sintiendo el alivio de saber que sus familias finalmente estaban libres. La deuda había sido pagada.

Mientras abandonaban la isla, el mar se calmó. Yara sintió que el peso de los secretos familiares por fin había quedado atrás. Había llegado al final de su viaje, liberando a su abuelo y a sí misma de una historia que los había perseguido durante generaciones.

 Había llegado al final de su viaje, liberando a su abuelo y a sí misma de una historia que los había perseguido durante generaciones

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